Bolivia en la cuerda floja

Una importante polémica de 1986 sobre la criminal adaptación del POR boliviano al frente popular en medio de otra profunda crisis política.

Bolivia en la cuerda floja

Centristas traicionan lucha por soviets obreros

de Spartacist Numero 18, Octubre de 1986

15 DE SEPTIEMBRE DE 1985 – Durante los últimos diez meses, la república andina de Bolivia ha estado retorciéndose en una situación prerrevolucionaria. Un gobierno que apenas existió excepto en papel se enfrentó a un proletariado con un alto nivel de conciencia de clase, llevado a la desesperación por el desempleo masivo y la inflación astronómica. Caído el peso boliviano a un millón por dólar estadounidense y el salario de los mineros rebajado a US$20 por mes, los pobres y los trabajadores de Bolivia se encuentran entre la espada y la pared. Ahora los obreros bolivianos han decretado otra huelga general contra la política hambreadora dictada por el Fondo Monetario Internacional, el gendarme financiero de Wall Street y la Casa Blanca.

Esta guerra de clases en el altiplano andino tiene particular importancia para los socialistas internacionalmente. Bolivia es el único país de América Latina donde ha ocurrido algo aproximado a una exitosa insurrección obrera. En 1952, milicias obreras destruyeron el ejército de la oligarquía local, pero en vez de tomar el poder lo entregaron al Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) burgués. Las duras condiciones de la atrasada Bolivia han producido también uno de los proletariados políticamente más avanzados del continente, donde los mineros indígenas frecuentemente vuelcan la vista en busca de liderato no hacia los reformistas estalinistas sino hacia los que a su entender son trotskistas revolucionarios. En Bolivia hasta burócratas sindicales inveterados se ven obligados a utilizar un lenguaje "trotskista" para reforzar sus credenciales. Y la burguesía ve en todas partes el espectro del trotskismo. Durante las elecciones de julio de 1985, el diario madrileño El País (13 de julio de 1985) se compadecía de los "sectores urbanos de la población machacados por la revolución permanente que pretenden los trotskistas..."

Siete veces en menos de dos años, la Central Obrera Boliviana (COB) ha paralizado el país. Hicieron ceder al régimen "izquierdista" de Hernán Siles Zuazo, elegido con votos obreros y colocado en él poder en octubre de 1982 por una huelga general. Pero tal "guerra de guerrillas" no puede continuar indefinidamente. Después del fracaso de una huelga general casi insurreccional en marzo de 1985, cuando 12.000 mineros del estaño ocuparon la capital, La Paz, por 16 días, los obreros han estado a la defensiva. Una elección en julio, arreglada y financiada por los EE.UU., y la instauración del caudillo conservador Víctor Paz Estenssoro en su cuarto mandato presidencial, en agosto, han preparado el escenario para un intento de quebrar el espinazo del poderoso movimiento obrero.

Paz provocó una confrontación a finales de agosto, decretando medidas de austeridad draconianas que congelaron los salarios hasta fines de año y devaluaron el peso en un 95 por ciento. Lo que el 4 de septiembre comenzó como una huelga de 48 horas, ahora ha sido declarada indefinida frente a la intransigencia oficial. Un dirigente de la COB la llamó una "huelga a muerte". Paz rehusa negociar hasta que se levante la huelga y amenaza con arrestar a los dirigentes sindicales (quienes entraron a la clandestinidad). El jefe de las fuerzas armadas prometió su "apoyo pleno" al gobierno para "limpiar el país", y el centro de reuniones de los sindicatos ha sido dinamitado dos veces.

Las elecciones de julio fueron convocadas con un año de anticipación para rescatar al gobierno en bancarrota de la Unidad Democrática Popular (UDP) de Siles. La UDP, un frente popular de partidos obreros reformistas atados a "progresistas" burgueses, nunca logró "domesticar" al movimiento obrero combativo. Mientras tanto, la pequeña burguesía fue llevada a la desesperación por la ruinosa inflación y el caos económico. En la ausencia de una dirección resuelta en lucha por la revolución proletaria, después del colapso de la huelga de marzo las clases medias pasaron masivamente a la Alianza Democrática Nacionalista (ADN) ultraderechista del general Hugo Banzer. Banzer estuvo a un pelo de ganar la presidencia en julio, pero el gobierno estadounidense temió que su escasa mayoría electoral podría conducir a una guerra civil que la burguesía podría perder. Entonces, después del regateo de último momento en el Congreso boliviano y luego que Washington ejerció mucha "persuasión", el "demócrata" Paz fue debidamente "elegido".

Con los sueldos reales recortados en más del 40 por ciento desde 1980 (de acuerdo a datos oficiales) y proyectada la inflación a la cifra astronómica de un 44,134 por ciento para este año, las masas ya no aguantan más. Y la clase dominante boliviana – los generales, dueños de minas, rancheros, políticos y jefes narcotraficantes – no puede solucionar la crisis de este país agonizante simplemente llamando al ejército a tomar el poder. La alternativa clara es, o revolución obrera o masacre sangrienta, con o sin fachada "democrática". Pero no obstante que ha sido demostrado repetidas veces que el proletariado está listo para una lucha hasta el fin, la clave para la revolución boliviana todavía está ausente – un partido bolchevique, construido en torno al programa internacionalista de la revolución permanente, que luche para instaurar el poder de los soviets.

El pasado marzo en Bolivia, mientras el impotente gobierno vacilaba en lanzar las tropas a la calle por temor a que éstas se pasaran al campo obrero; con el ejército poco dispuesto a tomar un estado en quiebra; con la reacción burguesa desorganizada y el proletariado organizado ocupando la capital, la situación clamaba por una vanguardia revolucionaria en lucha por el poder. Y mientras que la aterrada clase dominante rabiaba contra el espectro del trotskismo, cuando las bases escapaban del control de la burocracia de la COB y miles de mineros combativos se reunían diariamente en asambleas de huelga, fue la falta de los seudotrotskistas de luchar por soviets lo que decidió la suerte de esta aguda crisis prerrevolucionaria.

La revolución permanente en el altiplano

Bolivia es un caso clásico del desarrollo desigual y combinado. Es uno de los países más pobres y atrasados del hemisferio occidental, con el ingreso per cápita más bajo del continente; por lo menos la mitad de la población es analfabeta. Es el país latinoamericano con mayor población indígena: más del 50 por ciento habla quechua o aymara. El campesinado constituye más del 60 por ciento de la nación. No obstante, la combativa clase obrera boliviana es políticamente la más consciente del continente. A tal punto que Régis Debray, el "teórico" de cafetín del guerrillerismo guevarista, denunció al proletariado boliviano como "una clase engañada en cuanto a su propia importancia política y con una desmesurada confianza en sí misma" (Che's Guerrilla War, 1975).

Muchos aspectos de la crisis boliviana son singulares. La pasta de la coca (usada para producir la cocaína) hace mucho dejó atrás al estaño como el principal producto de exportación. Según el Financial Times londinense (22 de noviembre de 1984), un destacado narcotraficante ofreció conseguir un préstamo de unos US$2 mil millones a interés bajo para liquidar la deuda externa de Bolivia, ja cambio de protección contra procesamientos jurídicos por parte de los EE.UU.! La extrema debilidad de la burguesía local ha resultado en que los gobernantes capitalistas usualmente vistan botas militares. Los 190 golpes militares desde la independencia le dieron a Bolivia el apodo de Golpilandia. Se dice que los cínicos comentan que si recientemente no han habido golpes de estado, es "porque nadie quiere el estado. El estado está tan empobrecido que ha dejado de atraer al ejército y sus parásitos" (Latin America Regional Report, 6 de abril de 1984).

Pero los acontecimientos dramáticos en el altiplano tienen una importancia que es muy desproporcionada a la marginalidad económica y estratégica del país. Bolivia tiene fronteras con Argentina, el Brasil y Chile, donde los batallones pesados de la clase obrera sudamericana se están agitando. Los cacareados "milagros económicos" bajo los regímenes militares de Pinochet y de los generales brasileños se han derrumbado, y en Argentina el régimen "democrático" de Alfonsín impone salvajemente la política hambreadora del FMI. Mientras toda América Latina cruje bajó la masiva deuda externa y sufre el azote de la "austeridad" impuesta por los bancos, una revolución en Bolivia podría encender la mecha de "la bomba de la deuda".

Desde Ronald Reagan hasta Fidel Castro, se ha fanfarroneado mucho sobre la actual "apertura democrática" en América Latina. Pero los regímenes militares entregaron el poder a los civiles para "quemarlos". Ningún gobierno capitalista puede aguantar la actual crisis económica: tasas de interés usurarias y los declinantes precios de las mercancías de exportación han sumergido a Latinoamérica dentro de una crisis mucho más grave que la de los años 30. Bolivia fue uno de los primeros países que hicieron la "transición" a la "constitucionalidad", en octubre de 1982. Pero aunque vino después de los excepcionalmente sádicos regímenes narcotraficantes de la "dictadura de los
cocadólares", tan desacreditados que avergonzaron hasta a Ronald Reagan, el gobierno de Siles se tambaleó por 33 meses para finalmente salir "sin pena ni gloria". La agonía de Siles muestra el futuro para la "burguesía democrati-zante" a través del continente.

Bolivia da una demostración vívida de la teoría trotskista de la revolución permanente. Aprovechando la experiencia de la Revolución Rusa, León Trotsky escribió que en la época imperialista el proletariado es el único que puede llevar a cabo incluso las tareas democráticas de la revolución agraria, la emancipación nacional y la democracia, mediante el establecimiento de su propio dominio de clase. Toda variedad de nacionalismo burgués, desde el populismo castrense hasta el más radical nacionalismo "de izquierda", ya ha demostrado su bancarrota en Bolivia. Hoy los campesinos bolivianos todavía están empantanados en la miseria y la ignorancia; los mineros del estaño trabajan en los socavones decrépitos por un dólar diario, contrayendo silicosis y muriendo a un promedio de edad de 37 años; y con dólares y asesores yanquis, el MNR reconstruyó el ejército capitalista que ha gobernado el país por 18 años de juntas militares rotativas y masacres. Sólo una revolución socialista liberará a las masas bolivianas de las cadenas de la opresión imperialista, el despotismo militar y la miseria.

Crisis prerrevolucionaria

Los mineros que fueron la punta de lanza de la huelga general de marzo habían dicho desde el principio del régimen de la UDP que ellos "no se reconocen en este gobierno". Lo que sí reconocieron en este falso "gobierno popular" fue al enemigo de clase. Como presidente de Bolivia durante 1956-60, Siles hizo tragar a los obreros la austeridad dictada por los EE.UU. y al regresar al poder en 1982, otra vez el "izquierdista" Siles comenzó inmediatamente a implementar la política del FMI, pagando a los banqueros imperialistas mediante recortes salvajes en las miserables raciones de pobreza de las masas. Pero incluso las súplicas de los ministros "comunistas" por la paz entre las clases no surtieron efecto. El hambre empujó a las masas a las calles gritando "¡Muerte a Siles y sus ministros!"

Una conferencia cumbre de la burguesía boliviana, arreglada por la iglesia católica, decidió acortar el mandato de Siles y adelantar las elecciones para 1985. Pero en febrero otro "paquetazo" de medidas de austeridad acicateó a la población más allá de su tolerancia. La rabia contra el decreto de Siles cuadruplicando los precios de los comestibles estalló en motines y ocupaciones de municipalidades a través del país. Trabajadores de caminos en Santa Cruz bloquearon la plaza principal con volquetes, gritando "¡Ni militares ni politiqueros... al gobierno el poder obrero!" Los mineros de Siglo XX declararon una huelga, oficialmente tachando al Partido Comunista como "traidores al pueblo" por colaborar con Siles, y demandando que la COB tomara medidas "radicales".

Sintiendo la furia de las bases, la central sindical lanzó un llamado a formar "comités de abastecimiento popular" para tomar almacenes de alimentos y vehículos gubernamentales para distribuir los productos de primera necesidad. Todo camión cargado de alimentos debía enseñar una autorización de la COB. Se instruyó a los contadores gubernamentales a dejar de deducir los impuestos del pago de los mineros y demás empleados públicos. El gobierno de Siles denunció estas medidas como "una antigua y siempre fracasada estrategia trotskista para la toma del poder político". El máximo dirigente de la COB Juan Lechín no mentía al insistir que, aunque el gobierno estaba virtualmente "inerte", él no tenía ninguna intención revolucionaria. Pero los trabajadores tenían otras ideas.

A fines de febrero, asambleas de masas en los distritos mineros decidieron dirigirse en masa a la capital. Requisando trenes y camiones de la empresa, bajaron a La Paz. Muy pronto, 12.000 mineros en sus cascos cafés y chullos (gorros de lana de llama), con dinamita debajo de sus chamarras de cuero, llenaban las calles. Mientras la burguesía se horrorizaba frente a los "cascos cafés", la masa de los habitantes, de la capital respondió con simpatía. Locales sindicales y escuelas a través de la ciudad fueron facilitados a los mineros y sus esposas. Temiendo que iban a perder todo control sobre las bases, los dirigentes de la COB convocaron a una marcha sindical nacional por "pan y libertad", con el objeto de presionar a Siles y dar una válvula de escape a las masas.

El 4 de marzo de 1985, unos 60.000 obreros marcharon en una vociferante demostración de la ira de la clase obrera acentuada por descargas de "cachorros" de dinamita que quebraron los vidrios de las ventanas del palacio presidencial y del parlamento. Terminada la marcha, los mineros rehusaron abandonar La Paz y regresar a los campamentos. Más bien comenzaron a tener asambleas diarias en el enorme Teatro al Aire Libre, que llegaron a ser una forma de comité de huelga de masas en sesión permanente. La asamblea convocó una huelga minera nacional, y demandó que la COB declarara una huelga general indefinida. Una vez más el alto mando sindical cumplió a regañadientes. Las 14 demandas de la huelga incluyeron: un "salario mínimo vital con escala móvil"; la nacionalización de la banca privada, laminería mediana, el transporte y el comercio exterior; repudio de la deuda externa; y fin al desabastecimiento.

Durante 16 días, Bolivia estuvo paralizada. Los mineros llenaron las calles de La Paz con manifestaciones, repetidamente marchando al palacio de gobierno. Para cruzar ciertas calles claves, uno tenía que obtener permiso de los piquetes mineros armados con dinamita. Los trabajadores fabriles y empleados públicos se unieron a la huelga, los campesinos bloquearon las carreteras. Las vendedoras indígenas de los mercados, quienes controlan el comercio local, proveyeron a los mineros con almuerzos diarios. La federación de amas de casa recaudó fondos, y los estudiantes universitarios impusieron un "impuesto revolucionario" a los automovilistas para apoyar la huelga. Hasta la selección de fútbol jugó un partido gratis en el Teatro al Aire Libre (derechistas dinamitaron el hotel del equipo en represalia).

El espectro del trotskismo

Toda verdadera huelga general – y la huelga boliviana del pasado marzo ciertamente lo era – plantea la cuestión, ¿Cuál clase gobernará? El periódico madrileño El País (20 de marzo de 1985) declaró: "El clima político en La Paz es, en muchos sentidos, prerrevolucionario." Hasta la revista Time (1º de abril de 1985) tituló su breve artículo sobre la huelga "Un llamado a la revolución". Además, el gobierno y la prensa repetidamente hablaron del espectro del trotskismo. En un ensayo en el semanario español Cambio 16 (22 de marzo de 1985), el presidente Siles denunció amargamente un plan imaginario de "la dirigencia trotskista y neotrotskista" de la COB para "la toma del poder mediante acciones violentas"

Las cúpulas sindicales bolivianas no tienen nada en común con el trotskismo revolucionario. Los partidarios del Secretariado Unificado seudotrotskista de Ernest Mandel, que se juntaron con Lechín el pasado septiembre para formar la "Dirección Revolucionaria Unificada" (DRU), sólo lograron reemplazar a los estalinistas en la dirección cobista con otra pandilla de reformistas. (La plataforma de la DRU se jactó que ésta "dió suficiente prueba de nuestro compromiso con el proceso democrático" ¡al suspender una huelga general en junio de 1984, en el momento de un fracasado golpe por militares narcotraficantes!) Mientras tanto, los seguidores bolivianos del aventurero argentino Nahuel Moreno han hecho todo lo que han podido para revivir las ilusiones en la incrustada burocracia sindical llamando por "todo el poder a la COB" – es decir, ¡por un gobierno de Lechín!

Cuando los bolivianos hablan de "los trotskistas", usualmente se refieren al centrista Partido Obrero Revolucionario (POR) de Guillermo Lora. Ellos controlan la federación universitaria de La Paz y durante la huelga, estudiantes bajo dirección porista desfilaron gritando "Ni militares ni parlamentarios, todo el poder para los obreros". Cada número de Masas, periódico de Lora, y numerosas pintas poristas a través de la capital exhiben en forma destacada un llamado a una dictadura del proletariado. Sin embargo, Lora y Cía. no vinculan de ninguna manera esta consigna abstracta a las luchas concretas de los obreros bolivianos.

En marzo de 1985, Masas (que durante la huelga salió diariamente) nunca fue más allá de llamados por el "salario mínimo vital con escala móvil". Ciertamente, la escala móvil de salarios y de horas de trabajo es una demanda importante planteada en el "Programa de transición" de Trotsky como parte de la lucha obrera contra la inflación y el desempleo. Pero cuando el gobierno está virtualmente en bancarrota, y no puede pagar nada porque está esperando la llegada de Inglaterra del próximo cargamento aéreo de billetes de 50.000 pesos, una lucha que se limita a pedir salarios más altos no es sino idiotez economicista. Con Bolivia en un estado de ruina, ninguna demanda económica tenía sentido fuera de una lucha por el poder. Y ésto es precisamente lo que Lora no planteó.

Con miles de mineros asistiendo a masivas y diarias reuniones de huelga, la demanda central debía haber sido formar soviets, órganos de poder dual capaces de movilizar a las masas para barrer al decrépito estado burgués y proporcionar el marco para un régimen del poder obrero. Traer delegaciones de los trabajadores fabriles, bancarios, empleados públicos y telefonistas al Teatro al Aire Libre. Convocar además a las organizaciones campesinas, las federaciones de amas de casa, las vendedoras de los mercados y los estudiantes a enviar representantes. Si una organización del tamaño del POR-Masas hubiera luchado consecuentemente en marzo para convertir las asambleas mineras en consejos obreros, los soviets hubieran aparecido. Pero Lora se opuso a esta demanda fundamental. En medio de la anterior huelga general, Masas (23 de noviembre de 1984) publicó una polémica ¡condenando la "desviación pequeño burguesa ultrista, ultimatista y subjetivista [que] consiste en decretar que ahora o mañana deben estructurarse soviets..."!

Junto a los soviets, la necesidad urgente en marzo era crear guardias obreras y piquetes de huelga armados, unificados en milicias obreras. La dinamita no es una arma ofensiva sino una tradicional manera boliviana de enfatizar un punto. Los obreros necesitaban armas. En 1971, trabajadores en La Paz que buscaron impedir el golpe de Banzer manifestaron pidiendo armas, que nunca llegaron. Más tarde Lora confesó, "En ese entonces era idea generalizada – compartida hasta por nosotros marxistas – que las armas serían cedidas por el equipo militar gobernante... " (Bolivia: de la Asamblea Popular al golpe fascista [1971]). Ha habido una tradición de milicias obreras desde 1952, pero nadie, y ciertamente tampoco el POR de Lora, luchó para construirlas en marzo, cuando piquetes mineros controlaban las calles y campesinos bloqueaban las carreteras.

Otra demanda clave es el control obrero de la industria, la banca, las minas – botar a los administradores parásitos y los patrones que están saqueando las empresas, contrabandeando ganancias y productos fuera del país a escala masiva. Comités de precios y abastecimiento, compuestos por delegados de las fábricas; las minas, los sindicatos campesinos, las organizaciones de amas de casa y vendedoras de los mercados, son urgentemente necesarios para combatir la especulación del mercado negro y asegurar el abastecimiento de la población desesperada. Todas estas medidas señalan la necesidad de la expropiación de la banca, la minería, la industria y el gran comercio privados por un gobierno obrero y campesino.

Uno de los primeros actos de tal régimen revolucionario sería repudiar la deuda imperialista, liberando al pueblo boliviano de la insoportable carga impuesta sobre ellos por los dictadores militares y los "demócratas hambreadores" al servicio de su ejército asesino y sus cuentas bancarias en Suiza. Pero tales medidas requieren de la revolución socialista a escala continental y mundial. Como un simple requisito para la supervivencia, un gobierno obrero y campesino en Bolivia tendría que encender la revolución proletaria desde los vecinos Argentina, Brasil y Chile hasta la misma metrópoli imperialista norteamericana. Este es el programa del trotskismo.

Las consecuencias de una derrota

La huelga de marzo clamó por una lucha por el poder, pero no la hubo. La huelga fue derrotada desde adentro por la dirección burocrática traidora. Esto fue subrayado por el hecho de que, cuando la ejecutiva de la COB, después de una votación de 26 delegados sindicales contra 6, levantó la huelga, los mineros simplemente se fueron a casa. En una reunión masiva de despedida en la estación central, los mineros juraron, "Volveremos". Pero después del colapso de la huelga – ninguna de sus demandas centrales fue conseguida – el movimiento obrero quedó desmoralizado y desarmado frente al avance de los derechistas.

Al tiempo de las elecciones, las clases medias ya se habían movido drásticamente a la derecha. Este fenómeno corresponde a una ley histórica. Como Trotsky escribió en "El arte de la insurrección":

"En los tiempos de crisis nacional, la pequeña burguesia sigue la clase capaz de inspirarle confianza, no sólo por sus palabras, sino por sus hechos... Si el partido proletario no es lo bastante resuelto como para cambiar a tiempo en acción revolucionaria la expectativa y la esperanza de las masas populares, la marea ascendente se invertirá en reflujo: las capas intermedias se apartan de la revolución y buscan soluciones en el campo opuesto. Asi como, en la marea asciendente, el proletariado arrastra tras de si a la pequeña burguesia, al producirse el reflujo la pequeña burguesia consigue atraerse a capas importantes del proletariado."
– León Trotsky, "Historia de la Revolución Rusa", Tomo II

En julio, la izquierda obtuvo menos del 10 por ciento de los votos mientras la derecha (incluyendo a Banzer y Paz) recibió más del 60 por ciento. Muchos de estos votos vinieron de sectores que habían votado por la UDP y que apoyaron a los mineros en marzo. Y hoy la burguesía se prepara para poner la bota de la represión en el cuello de los obreros. Este es el precio de la derrota de marzo.

Increíblemente, hay gente que niega el fracaso de la huelga de marzo. En el 28° congreso del POR, celebrado a finales de marzo, Guillermo Lora declaró: "La clase obrera, por tanto el POR, no han sido derrotados en la última huelga general." Las masas únicamente "han retrocedido", agrega Lora, proclamando: "Esta es nuestra hora." La tesis política declara: "La situación revolucionaria se profundiza" (Masas, abril de 1985). Muy pronto esta rimbombancia triunfalista fue reemplazada con el cretinismo parlamentario, cuando el POR presentó listas completas de candidatos (muchos de ellos simpatizantes) en cada uno de los departamentos del país. Pero a pesar de la siempre "profundizante situación revolucionaria", el POR recibió un escaso 0,79 por ciento de la votación.

Lora es un centrista clásico, cuyo radicalismo abstracto va acompañado de capítulación en la acción. El POR es capaz de presentar una cara muy izquierdista, como en el programa "Los obreros al poder" de su Brigada Sindical Revolucionaria en el congreso de la COB de septiembre de 1984. Entre las demandas [planteadas en ese programa] estaban: ocupación de minas y fábricas, control obrero, piquetes armados de autodefensa, estatización del transporte y de la banca, desconocimiento de la deuda externa, reemplazar a los dirigentes sindicales oficialistas, expulsar al gobierno hambreador, por la dictadura proletaria. Pero en marzo este programa no fue planteado en la lucha. En su lugar el POR se limitó a la demanda de Lechín por el famoso "salario mínimo vital con escala móvil".

Lora comenzó su carrera "trotskista" como consejero del burócrata sindical emenerrista Lechín. En la "Revolución Nacional" de 1952 el POR declaró su apoyo a los "ministros obreros" (es decir, Lechín y Cía.) del régimen nacionalista burgués. Habiendo ayudado a encadenar a los obreros al MNR en 1952 (se informa que después de la insurección el POR controlaba la mitad de la ejecutiva de la COB), Lora intervino nuevamente en una prometedora situación revolucionaria en 1970-71 a favor de una alianza con nacionalistas burgueses. Primero proclamó que la efímera Asamblea Popular era "el primer soviet de América", aunque ésta nunca desafió el gobierno del general J.J. Torres. Y cuando el general populista fue derrocado por Banzer, Lora formó un "Frente Revolucionario Antiimperialista" con Torres, los estalinistas y Lechín (ver "Centrist Debacle in Bolivia", Workers Vanguard No. 3, diciembre de 1971).

Hoy Lora se opone a un llamado por soviets porque quiere su propio frente popular. Las tesis políticas del último congreso del POR llamaron a todos "quienes se reclaman de la izquierda" a conformar un "frente de izquierdas". Este, dice Lora, sería la concretización de su consigna "permanente" por un "frente antiimperialista". Y cuando en los últimos días de la huelga de marzo los burócratas de la COB convocaron un tal frente de izquierdas, el POR de Lora afanosamente se unió con el PRIN de Lechín, una escisión del MNR, más varios "taxi-partidos" seudoizquierdistas (así llamados porque su diminuta militancia podría caber en un taxi paceño) para proveer una cobertura frentepopulista "radical" a las maniobras de los burócratas de la COB (Presencia, 20 de
marzo de 1985).

Es a esta "experiencia" del frentepopulismo con palabrería izquierdista a la que se refiere Lora cuando declama repetidas veces que "la reconstrucción de la IV Internacional se hará partiendo de la experiencia boliviana". En una entrevista publicada en el periódico argentino Prensa Obrera (28 de febrero de 1985), hace aún más explícito su nacionalismo insular, ¡afirmando que la situación boliviana "no permite al POR dedicar mucha atención al problema internacional"! Este nacional-"trotskista" es una versión de segunda categoría de Andrés Nin, dirigente del POUM centrista durante la Guerra Civil española de los años 30; no tiene nada que ver con la política internacionalista revolucionaria de Lenin y Trotsky.

Como Trotsky escribió en 1924 en su folleto Lecciones de Octubre, comparando la derrota de la Revolución Alemana en 1923 con la victoria de la Revolución de Octubre rusa de 1917, "No puede triunfar la revolución proletaria sin el partido, al encuentro del partido, por encima del partido, o por un sucedáneo del partido." Los que quieren ser revolucionarios en Bolivia deben romper tajantemente con la tradición de aislamiento, insularidad y capitulación al nacionalismo. Un partido bolchevique para dirigir al valiente proletariado del altiplano en la lucha por el poder de los soviets sólo puede ser construido en una lucha activa para reforjar la IV Internacional de Trotsky, partido mundial de la revolución socialista. Esta es la única salida del ciclo sangriento de frentes populares y golpes militares.