Izquierda latinoamerican ante el golpe y contragolpe en Moscú

La caída de la Unión Soviética fue una prueba importante para los trotskistas de todo el mundo. Esta polémica de 1992 contrarresta las posiciones equívocas de gran parte de la izquierda frente a esta crisis.

Izquierda latinoamerican ante el golpe y contragolpe en Moscú

Izquierda latinoamericana ante el golpe y contragolpe en Moscú

de Spartacist, Numero 24, Marzo de 1992

El fracasado golpe de estado de Moscú el 19 de agosto pasado y el posterior contragolpe exitoso de las fuerzas contrarrevolucionarias encabezadas por Boris Yeltsin han producido ondas de choque, que se han propagado por todo el mundo incluyendo América Latina. Lo que estaba en juego era, y sigue siendo, el destino de la Unión Soviética, el más poderoso estado obrero (aunque burocráticamente degenerado) del mundo y blanco número uno de los imperialistas desde la Revolución de Octubre en 1917. Entre la izquierda latinoamericana, los sucesos de agosto culminan una crisis virulenta que se abrió con la reunificación capitalista de Alemania. Para los partidos comunistas pro Moscú y muchos otros que comparten su estalinismo, lo que se derrumba es todo su mundo. La Cuba de Fidel Castro busca defender su "socialismo en una sola isla" encerrándose en un nacionalismo intensificado. Y las corrientes oportunistas que buscan pasar la estalinofobia por trotskismo, se sumaron a las barricadas de Yeltsin para renunciar a la defensa de la URSS y sellar su lealtad a la burguesía, tanto criolla como imperialista.

La ofensiva contrarrevolucionaria en curso en la URSS es un ataque frontal a los trabajadores y los oprimidos del mundo entero. El estalinismo, que le preparó el camino, se mostró en agosto mortalmente herido, incapaz de impedir la restauración del capitalismo. Al contrario, el programa declarado del "Comité de Emergencia" fue proseguir una perestroika con mano dura, y se negó a atacar a las fuerzas abiertamente contrarrevolucionarias encabezadas por Yeltsin, lo que produjo su propio fracaso. La respuesta de la Liga Comunista Internacional (Cuartainternacionalista) a la intentona de Moscú y el contragolpe de los restauracionistas capitalistas fue de dirigirnos a los obreros soviéticos con la consigna de combate: "¡Derrotar la contrarrevolución de Yeltsin y Bush!" (ver p. 7 de este número). Hoy más que nunca la defensa de la Unión Soviética exige una revolución política proletaria para echar a los débiles regímenes procapitalistas y reestablecer la democracia de los consejos obreros (soviets) bajo una auténtica dirección bolchevique, como en los tiempos de Lenin y Trotsky. La LCI lucha resueltamente por conformar un núcleo trotskista soviético.

1. El estalinismo en bancarrota

En América Latina, los sucesos de Moscú han impactado fuertemente en los medios políticos normalmente caracterizados por sus estrechos horizontes hemisféricos. Mientras los gobernantes burgueses se apresuraron a acatar las órdenes de Washington, ensalzando a Yeltsin y fustigando a los golpistas, para una amplia gama de sectores nacionalistas pequeñoburgueses la perspectiva de un mundo "unipolar" a raíz de la desaparición de la URSS como "superpotencia" dejándolos a solas frente al coloso del norte, no es nada alentador. Asi, Carlos Gallisá del Partido Socialista Puertorriqueño escribe:

"La suerte que ha corrido la Unión Soviética afecta a miles de millones de habitantes de este planeta, en particular a ese llamado tercer mundo, empobrecido y sin esperanzas de salir de su miseria mientras prevalezca el actual orden internacional, que ahora parece solidificarse al perderse el contrapeso que representaba la URSS a la voracidad del capital internacional." -Claridad, 3 de enero

En México, Mario Salazar Valiente señala:

"No puede olvidarse el hecho de que la URSS estalinista se convirtió durante décadas, prácticamente hasta hace unos cinco años, en muro de contención ante las agresiones colonialistas e imperialistas a los pueblos del Tercer Mundo" (La Jornada, 22 de septiembre de 1991).

No todas las voces armonizan con el coro burgués anunciando el advenimiento de "la muerte del comunismo". El artículo de Salazar se titula "Lo que murió fue el estalinismo." Y la revista Estudios Centroamericanos (octubre de 1991), orientada por los jesuitas, publica un comentario por Américo Saldívar, "La Unión Soviética: los relámpagos de agosto" (tomando prestado el título de la novela del escritor mexicano J. Ibargüengoitia), que niega la identificación del marxismo con el estalinismo, citando "el mar-xismo revolucionario de Trotski". "De hecho, el mayor anti-comunista y antimarxista de la historia fue el propio Stalin" afirma Saldívar.

Pero en los medios filoestalinistas el colapso de los regímenes burocráticos sí es equiparado a la "muerte del comunismo", y con un impacto devastador. Y de todo el mundo estalinista latinoamericano, quizás el ejemplo más descarado de su bancarrota política es el caso de Marta Harnecker, socióloga docta, periodista ambulante, y autora de manuales simplistas de doctrina "M-L". Esta socialista chilena pro-castrista, escribiendo desde La Habana, constata que "el factor que más ha desmoralizado a la izquierda ha sido la crisis del socialismo y su rápido y sorpresivo derrumbe en la mayor parte de los países de Europa del Este, junto a la caótica situación que hoy vive la Unión Soviética" (El Día [México], 17 de noviembre de 1991). Harnecker, quien ayer justificó el régimen cubano del partido único estalinista (Cuba: ¿dictadura o democracia?) en nombre de la dictadura del proletariado, hoy descubre... la "democracia participativa" de la Nueva Izquierda y la "democracia social" de los socialdemócratas.

Incluso, ella que escribió sobre "la necesidad que tiene el proletariado de destruir, romper, demoler, la máquina de estado burguesa, y no simplemente apoderarse de ella" (Los conceptos elementales del materialismo histórico); y que criticó a la Unidad Popular (UP) chilena porque "se amarraba al nuevo gobierno a los puntos más esenciales del marco democrático-burgués" (lbid.); hoy habla de "llegar al gobierno por la vía electoral" (recuerden la UP de 1970), y de "lograr desde el gobierno adquirir el poder" (olvídense del golpe de 1973) – ésta es una fórmula para repetir esa debacle. Lenin remarcó que de todas las variantes del cretinismo parlamentario, la más ridícula era donde (como en Rusia) no había parlamento. Desde que la "década de la dictadura" de los años 70 en América Latina fuera reemplazada por la "democracia vigilada" de los 80 reaganianos, se ha visto un florecimiento de esa imbecilidad parlamentarista, al mismo tiempo que los Pinochet permanecen como perros guardianes de la burguesía.

Y para colmo la misma Harnecker que citó mil veces a El estado y la revolución, donde Lenin (basándose en las lecciones extraídas por Marx de la experiencia de la Comuna de París) insiste en "la reducción de los sueldos de todos los funcionarios públicos al nivel del 'salario de un obrero'," hoy justifica "que los dirigentes estatales o políticos tengan un salario que les permita vivir con dignidad" y "si tiene un salario mayor que otro trabajador es porque lo merece, porque desempeña un trabajo más calificado y esforzado"(¡!). Esto dice mucho sobre los apetitos sociales de toda una capa de "socialistas" pequeñoburgueses arribistas.

Los PC a la deriva

En América Latina, el colapso del PCUS y la ascendencia de Yeltsin, primero sobre los golpistas de agosto y luego sobre Gorbachov – con la proclamación en diciembre de la ficticia "Mancomunidad de Estados Independientes" para reemplazar a la URSS – han sacudido a los partidos comunistas "oficiales" con la fuerza de un vendaval. "El comunismo, menguante en la mayor parte de América Latina", se jubiló el Chicago Sun-Times (23 de septiembre de 1991): "Hoy la mayoría de 101 partidos comunistas han renunciado a los antiguos sueños de una revolución a la cubana. Algunos se escinden, se desmoronan o se marchitan. Otros están revisando su ideología para convertirse a los principios democráticos e incluso del libre mercado. Pocos siguen con la doctrina marxista-leninista."

A principios de agosto, el jefe del PC chileno, Volodia Teitelboim, siguió los pasos de Gorbachov al abandonar oficialmente al "marxismo-leninismo". Frente al fallido putsch, voceros del PCCh se retorcieron y enredaron: "lamentando" la situación producida, haciendo votos por que "haya más perestroika, más democracia y más socialismo," discrepando con la forma de la destitución de Gorbachov pero negando a la vez que se trataba de un golpe de estado; luego aprobaron a posteriori la actuación de Yeltsin al momento del golpe, criticando al mismo tiempo su curso procapitalista y sus medidas antidemocráticas. Esta con-fusión vergonzosa le cosechó la reprobación del conglomerado de socialdemócratas chilenos, desde el PS y PPD hasta la PDI, una de las varias escisiones del PCCh. A pesar de seguir contando con substancial apoyo sindical, en particular entre los poderosos mineros del cobre, el otrora segundo PC más grande del continente se desmorona con repetidas rupturas a la derecha.

Por su parte, el PC brasileño ya había renunciado al "marxismo-leninismo" en su IX Congreso a principios de junio de 1991. En agosto, condenó perentoriamente la intentona en Moscú, y en una conferencia tumultuosa celebrada a mediados de enero, abandonó toda referencia al comunismo, cambiando su etiqueta a Partido Socialista Popular. Para evitar que los "ortodoxos" restos del Partido Comunista (que cuentan con connotadas figuras como el arquitecto Oscar Niemeyer) se apropiasen de la hoz y el martillo, los dirigentes del difunto PCB obtuvieron de un tribunal burgués una patente de diez años sobre su antiguo símbolo partidario. "Es como cualquier marca," comentó cínicamente el secretario general del flamante PSP, Francisco Almeida. "Cuando Esso empezó a llamarse Exxon, también tomó medidas preventivas" (New York Times, 28 de enero).

Desde luego, no todos los PC latinoamericanos han seguido el curso abiertamente liquidacionista de Gorbachov. En marzo de 1990, bajo el impacto de los acontecimientos del Este Europeo, varios partidos procastristas firmaron un documento conjunto criticando el "nuevo pensamiento" en boga en Moscú con sus tesis de la "inexistencia" del imperialismo. Les preocubaba que la perestroika estuviera siendo "distorsionada" y que "se desarrollen y ganen terreno los partidarios de corrientes procapitalistas." Entre los firmantes figuraban dirigentes de los partidos comunistas argentino (Patricio Echegaray), dominicano (Narciso Isa Conde) y salvadoreño (Schafik Jorge Handal).

¿"Revolución democrática" en El Salvador?

Este es el mismo Handal que hace una década, en el fragor de la guerra civil salvadoreña, escribió un folleto (El poder, el carácter y vía de la revolución y la unidad de la izquierda [1981]) denunciando la supuesta "vía pacífica" a la revolución como una concepción "vinculada al reformismo", y afirmando que la "revolución democrática anti-imperialista", propugnada por el PCS, después del triunfo se presentaría como "la realización de tareas propias de la primera fase de la revolución socialista." Este viraje fue elogiado por muchos como el anuncio de una "revolucionarización" de los PC latinoamericanos. Pero, aunque en forma empírica puso en tela de juicio a la vieja concepción estalinista de "revolución por etapas"... la reemplazó con "fases''.

Aunque lo nieguen rotundamente, la coalición guerrillera del FMLN salvadoreño ha sido radicalmente afectada por el derrumbe del estalinismo en Europa del Este. A raíz de un sentido de aislamiento creciente han firmado un acuerdo para liquidar sus fuerzas armadas. En ese mismo tenor han renunciado toda sospecha de "socialismo" o "marxismo-leninismo" y se limitan a una "revolución democrática". A la vez, tienen mucho resentimiento contra Gorbachov por su trabajo de zapa que socavó cualquier solidaridad internacional, imprescindible para toda revolución en un país tan diminuto como es El Salvador. Comentando el discurso del entonces dirigente soviético ante la ONU en 1988, en el que reivindicó un "consenso de toda la humanidad en el avance hacia un nuevo orden mundial", Jorge Arias Gómez escribe con amargura en el órgano del FMLN, Venceremos (diciembre de 1991): "¿Cuál consenso? ¿El del alineamiento de la ex URSS a la política de los E.U.? ¿Cuál nuevo orden mundial? ¿El de Bush?"

Pero aunque Handal responde afirmativamente a la pregunta contenida en el título de su entrevista con Marta Hamecker (enero de 1991), El socialismo: ¿una alternativa para América Latina?, en la práctica él firma el "Acta de Nueva York" del 31 de diciembre último y el "Tratado de Paz" acordado en México bajo la tutela del Departamento de Estado. Handal, miembro de la Comandancia General del FMLN, califica a los acuerdos como "un programa de revolución democrática" (Claridad, 24 de enero), mientras en otra entrevista se regocija, "cuando nos dicen ¡viva la propiedad privada, la propiedad de empresa!, nosotros decimos ¡viva!" agregando que la "libertad" también debe aplicarse a las "empresas asociativas" (El Diario-La Prensa, 9 de enero). Es a esta celebración de un capitalismo "democrático" que llevan sus pretensiones "socialistas".

Desmoralizados por el colapso del estalinismo, sintiéndose cada vez más aislados, a la vez que critican la claudicación de Gorbachov, los nacionalistas izquierdistas del FMLN abandonan toda referencia al socialismo (como lo hizo explícitamente el FSLN nicaragüense en su último congreso). Los trotskistas, en cambio, que dijimos" ¡Defensa de Cuba y la URSS comienza en El Salvador!" insistimos que "no hay paz en El Salvador," ni la habrá para los explotados y oprimidos sino con el fin del capitalismo. La "pax americana" en Centroamérica dejará impunes a los escuadrones de la muerte, que sólo buscan dar a El Salvador la paz de los cementerios, y mientras las fuerzas armadas rebeldes del FMLN son disueltas, las del gobierno genocida seguirán en pie (aunque "adelgazadas"). Advertimos que el "acuerdo" liquidacionista es el producto de la política "consecuente" de los comandantes guerrilleros de buscar un "frente popular" con alas de la burguesía. Y nos reafirmamos en la política auténticamente comunista de luchar por la revolución obrera tanto en el Norte como en el Sur:

"Con el mismo programa internacionalista, es preciso redoblar los esfuerzos para combatir a la contrarrevolución, desde El Salvador hasta la Unión Soviética, defendiendo incondicionalmente al estado obrero deformado de Cuba en contra del imperialismo yanqui, y luchando por la revolución obrera en las entrañas del monstruo imperialista." – Workers Vanguard No. 542, 10 de enero

Buscando refugio en la "teología de la liberación"

De todos los PC latinoamericanos, el Partido Comunista Dominicano fue el más francamente antigorbachoviano. En la edición del 22 de agosto del periódico del PCD, Hablan los Comunistas, su "secre" Narciso Isa Conde escribe que "La posición de la URSS en el plano internacional resultó claudicante e inaceptable para los movimientos de liberación de América Latina," y critica el "curso procapitalista emprendido por Gorbachov y por muchos ex-comunistas y comunistas transformados en liberales o socialdemócratas." Concluye:

"Por eso, nosotros hoy no salimos en defensa de Gorbachov, ni protestamos por su destitución, aunque resulte difícil predecir lo que va a suceder en lo adelante...

"La URSS incluso está expuesta a la guerra civil y todavía no vemos en su escenario una corriente que asuma un proyecto socialista propio, un modelo que no sea ni la reedición del pasado burocrático ni los intentos de restauración del capitalismo."

A la semana siguiente sale una declaración de la dirección del PCD fustigando a las "Dos derechas en disputa en la URSS". Contra la campaña de Gran Mentira de la burguesía, enfatizan: "La crisis en los países del Este y en la URSS es más bien resultado de la falta de socialismo, de las deformaciones, limitaciones y negaciones que se han producido en el tránsito hacia él." Lamenta la "dispersión" de una, "corriente socialista neoleninista", denunciando:

"líderes como Gorbachov, Yakovlev, Shevardnadze y Yel-tsin, quienes en poco tiempo abandonaron sus proclamas de renovación del socialismo y se dedicaron a hacer concesiones a las potencias imperialistas y a la nueva derecha liberal, o sencillamente se pasaron al campo contrario y renegaron en los hechos de las ideas de Marx y Lenin... La responsabilidad histórica es compartida: de los stalinistas, neostalinistas y breznevianos y de quienes degradaron y degeneraron la Perestroika."

Bonitas palabras, sin embargo, al criticar la "degradación y degeneración" de la perestroika, la dirección del PCD demuestra que su perspectiva no sobrepasa la autoreforma burocrática, una perspectiva cuya bancarrota ha sido definitivamente demostrada por la realidad. Y al presentar la cuestión en términos de los "modelos burocrático estatistas", sin explicar su origen en la usurpación del poder político del proletariado, actúan como si se tratara de un almacén en el cual Stalin había escogido un socialismo de mala marca. Por el contrario, el auge y derrumbe del estalinismo son producto de una lucha política aguda y de fuerzas de clases fundamentales.

El PCD sí habla de estalinistas, pero su "respuesta" es refugiarse en el idealismo, reivindicando "el rescate del ideal socialista como alternativa a un burocratismo estatista agotado."

Es más, señalando "el fracaso de todos los modelos capitalistas en América Latina y el Caribe y la necesidad de una alternativa antisistema," la descubre en... "un abrazo del humanismo cristiano y el socialismo histórico-científico". Trata de combinar la "Teología de la Liberación", esa ideología pequeñoburguesa actualmente en boga, con el viejo esquema estalinista de "frentes patrióticos-populares" para atar a la clase obrera y "los nuevos movimientos político-sociales" a la burguesía "democrática". Y la declaración del PCD termina con el grito "¡Avancemos hacia la articulación del marxismo creador, con el patriotismo liberador y el humanismo cristiano!"

El PCD busca refugiarse del derrumbe del estalinismo abrazando la "Teología de la Liberación". Pero la prueba contundente de que ésta no ofrece una "alternativa antisistema" está a la vista, en la trágica experiencia de la vecina república de Haití. Allá un exponente destacado de la "iglesia popular", el sacerdote radical Jean-Bertrand Aristide, es elegido presidente, busca el entendimiento con el ejército genocida, es derrocado y ahora suplica el apoyo de la Casa Blanca y la OEA mientras las masas son masacradas.

Cuba bajo la mira

Por encima de todo, en el ámbito latinoamericano, es el destino de la Revolución Cubana el que es puesto sobre el tapete por el desenlace en la Unión Soviética – si la contrarrevolución gana o es derrotada por los obreros soviéticos. La respuesta de la dirección castrista al fracaso del golpe de Moscú fue marcada sobre todo por el nacionalismo. En un primer momento, se abstuvo de tomar posición, citando los "principios" de la "no ingerencia" y temiendo que una reacción prematura comprometiera sus vitales relaciones con su aliado (y mayor abastecedor económico) soviético. Luego se pronunció en un editorial titulado "Nuestro deber más sagrado: salvar la patria, la revolución y el socialismo", publicado por el diario Granma (29 de agosto de 1991). Preocupados no sólo por la previsible interrupción de los suministros de combustibles y otros productos indispensables para la economía cubana, sino también por las consecuencias mundiales que resultarían de la destrucción de la URSS, el editorial prosigue:

"Pase lo que pase en la URSS no nos apartaremos del camino que elegimos como respuesta revolucionaria y científica a la necesidad histórica de realizar el ideario martiano de independencia nacional, antiimperialismo, latinoamericanismo, justicia y convivencia social y de avanzar hacia la sociedad más justa, más humana y más racional que ha concebido el hombre: la sociedad socialista."

Los dirigentes cubanos presentan la situación actual de la URSS como producto de una simple falta de valentía. "Nosotros, los revolucionarios cubanos, somos descendientes de la hombradía de Antonio Maceo," dice Granma. Hablando ante un grupo de sindicalistas latinoamericanos, Fidel Castro compara el colapso del "campo socialista" a la disolución de un merengue "hecho de clara de huevo de golondrina," agregando que ¡"nosotros somos hechos con otras claras y otros huevos"! Semejante jactancia machista no tiene nada de marxista. No ofrece ninguna explicación de lo que califica "el fracaso de la experiencia socialista en la Europa Oriental".

"No nos echaremos a llorar ni nos consumiremos en teorizaciones estériles," afirma el editorial citado. Y en su discurso de inauguración del IV Congreso del Partido Comunista Cubano, el 10 de octubre de 1991, Castro sostuvo: "No es, a mi juicio, todavía el momento de hacer lo que Carlos Marx llamaría... un examen concienzudo y profundo de todos los factores que condujeron a esa debacle" en el Este y la URSS (Granma, 18 de octubre de 1991). Pero examinar los orígenes del colapso del estalinismo no es nada estéril, ni es un tema de reflexión para los días de descanso, sino una cuestión de vida o muerte para el asediado estado obrero cubano.

Y la dirección castrista es incapaz de hacer este examen vitalmente necesario, porque compartiendo la misma posición social que la burocracia soviética, comparte la misma concepción que sirvió de justificación ideológica para el régimen burocrático de Stalin y sus epígonos en la URSS, incluyendo al mismo Gorbachov: el dogma antisocialista y antiinternacionalista de la construcción del "socialismo en un solo país". Así, en su discurso ante el congreso del PCC, Castro dice de la URSS:

"Fue el primer Estado socialista que se constituye, incluso en un momento en que parecía imposible, según la teoría, la existencia de un solo Estado socialista, que presuponía la revolución simultánea en el resto de los países desarrollados de Europa... La URSS se vio en la necesidad de construir el primer Estado socialista como nación aislada y bloqueada."

Luego, respondiendo a preguntas de periodistas en ocasión de su participación en la cumbre del "Grupo de los Tres" en Cozumel, México, el 23 de octubre, Castro dice: "Se me hace difícil sin embargo aceptar la idea de que fracasó un sistema social como el de la Unión Soviética cuando aquel país... se vio en la obligación de construir el socialismo en un solo país cuando se suponía que debía ocurrir simultáneamente en el resto de Europa" (Granma, 26 de octubre de 1991). Para Castro es "difícil aceptar" el fracaso del estalinismo, porque de reconocerlo implicaría rechazar su propia política de las últimas tres décadas.

De hecho, plantearía de nuevo la lucha Stalin-Trotsky. Porque León Trotsky, co-líder de la Revolución de Octubre y fundador del Ejército Rojo, junto con Lenin y el Partido Bolchevique tomaron el poder basados en el programa marxista que insiste en la necesidad de extender la revolución a los países capitalistas más avanzados, por ser el socialismo una sociedad sin clases que solo puede edificarse sobre la base de las fuerzas productivas más desarrolladas. Rusia "no puede llegar al socialismo más que por la revolución proletaria mundial," afirmó el programa de la Juventud Comunista de 1921, revisado por el Buró Político con la colaboración de Lenin. En su obra magistral, La revolución traicionada, escrita en 1936, Trotsky señaló que, habiendo establecido la dictadura del proletariado y las formas socializadas de propiedad en un país atrasado:

"Las normas políticas y jurídicas establecidas por la revolución ejercen, por una parte, una influencia favorable sobre la economía atrasada y sufren, por otra, la acción deprimente de un medio retrasado. Cuanto más largo sea el tiempo que la URSS permanezca rodeada por un medio capitalista, más profunda será la degeneración de los tejidos sociales. Un aislamiento indefinido provocaría infaliblemente no el establecimiento de un comunismo nacional, sino la restauración del capitalismo."

El aislamiento de la URSS bajo Stalin fue producto de la derrota de las revoluciones europeas, sobre todo las alemanas entre 1918 y 1923, que jugó un gran papel en la consolidación de una capa burocrática conservadora con su ideología nacionalista de construir el "socialismo en un solo país". La vida del régimen estalinista fue prolongada, sobre todo a raíz del triunfo del Ejército Rojo en la Segunda Guerra Mundial y el posterior establecimiento de nuevos estados obreros defonnados. Pero aunque, como afirmara el mismo Castro, "no se ha pronunciado la última palabra" sobre la URSS, la advertencia de Trotsky mantiene toda su vigencia hoy día. Sólo la toma revolucionaria del poder político por el proletariado puede cerrarle el paso a la contrarrevolución y salvar al estado obrero soviético.

La dirección castrista, por el contrario, busca refugio en un nacionalismo latinoamericano cuyo propósito es facilitar la "integración" en una "América Latina unida" capitalista.

Así en Cozumel, Castro dijo que en el pasado, "Tal vez creíamos que había que esperar que todo el mundo en América Latina fuera socialista para que se produjera esa integración." Pero en la Cumbre Hispanoamericana de Guadalajara (julio de 1991), "expresamos nuestra disposición a integrarnos lo mismo económica que políticamente." Si en un momento, a principios de los 60, con el estado capitalista ya en trizas, bajo la presión de la hostilidad del imperialismo norteamericano, y en ausencia de la clase obrera luchando por sus propios intereses de clase, el bonapartista Fidel Castro presidió el tránsito de un gobierno pequeñoburgués a un estado obrero burocráticamente deformado, hoy Castro ofrece "abrir" a Cuba a la explotación capitalista.

Nosotros, los trotskistas, que siempre hemos defendido a Cuba frente al imperialismo y la contrarrevolución interna, advertimos contra el peligro que representan tales sueños de "integración" bajo el rótulo del latinoamericanismo. No se defiende al estado obrero cubano con la política suicida de la "coexistencia pacífica". No se defiende a Cuba aferrándose al utópico proyecto de construir el socialismo en una sola isla. No se defiende a Cuba fusilando a sus generales en purgas estalinistas, como fue el "juicio" y ejecución del general Ochoa, para regimentar a distintas capas de la burocracia y ofrecer un chivo expiatorio al imperialismo en nombre de la "guerra contra la droga". Pero ¡sí se defiende a Cuba con plena democracia obrera en defensa de la Revolución, con la lucha por la revolución socialista mundial!

II. Los entusiastas de Yeltsin: traidores, no trotskistas

La marea contrarrevolucionaria que inunda a la Unión Soviética, con Borís Yeltsin cabalgando su cresta, ha sometido a prueba definitiva a todas las organizaciones que se reclaman de la revolución socialista. La Oposición de Izquierda y luego la IV Internacional de Trotsky libraron una lucha de vida o muerte contra la casta burocrática estalinista, cuya usurpación del poder político de manos del proletariado soviético y capitulación ante el imperialismo socavaron al primer estado obrero y llevaron a la actual situación, cuyas consecuencias representan una amenaza a la humanidad. Los trotskistas siempre fueron los mejores y más consecuentes defensores de las conquistas de la Revolución de Octubre. El defensismo soviético incondicional e intransigente siempre ha sido la base para el llamado de los trotskistas a una revolución política proletaria para botar a la burocracia estalinista. En un artículo seminal de 1933, Trotsky advirtió contra la "trágica posibilidad" de la contrarrevolución que ahora está en curso:

"Pero en el caso de que se dé ésta, la peor de las variantes posibles, adquirirá enorme importancia para el curso ulterior de la lucha revolucionaria la pregunta de quiénes son los culpables de la catástrofe. Sobre los internacionalistas revolucionarios no debe caer ni la sombra de una culpa. A la hora del peligro mortal tendrán que quedarse en la última de las barricadas." – "La naturaleza de clase del estado soviético" (octubre de 1933)

Hoy día, la Liga Comunista Internacional lleva adelante la lucha de la IV Internacional de Trotsky. Nuestra declaración luego del abyecto "golpe" estalinista y el contragolpe procapitalista llevó como título, "Obreros soviéticos: ¡Derrotar la contrarrevolución de Yeltsin y Bush!" (ver p. 7 de este número). Refiriéndonos a los yuppies, especuladores, fascistas y curas que acudieron a la "Casa Blanca" de Yeltsin en Moscú, para actuar como tropas de choque de una contrarrevolución social durante los dos días del putsch irresoluto de Yanayev y sus socios, escribimos: "un llamado a los obreros de Moscú para que barrieran esta chusma contrarrevolucionaria estaba al orden del día. Pero los golpistas no solamente no movilizaron a los obreros, sino que ordenaron a todo el mundo que pennanecieran en sus casas y en sus trabajos."

Al mismo tiempo, delineamos un programa de lucha contra la restauración capitalista, llamando por comités obreros independientes en las fábricas para tomar control de la producción y luchar contra la privatización, por comités de soldados y oficiales para resistir intentos de utilizar el Ejército Soviético contra la clase obrera, por milicias obreras para aplastar a los pogromistas antisemitas y las turbas de linchadores anticomunistas y para resistir contra los nacionalistas revanchistas. Inmediatamente publicamos este artículo en ruso, repartiendo decenas de miles de ejemplares a los obreros soviéticos – fue el primer panfleto en respuesta contra Yeltsin publicado en el país – con el fin de forjar un núcleo leninista-trotskista capaz de dirigir la lucha de los trabajadores soviéticos a la victoria sobre la contrarrevolución.

Seudotrotskistas de rodillas ante Yeltsin

En cambio, en esta "hora del peligro mortal", un tropel de seudotrotskistas se sumaron a la primera barricada de la contrarrevolución. El Secretariado Unificado (S.U.) de Ernest Mandel publicó un artículo sobre la intentona de agosto bajo el título "Tres días que conmovieron a la URSS" (lnprecor, septiembre de 1991), una parodia grotesca de la obra de John Reed sobre la sublevación bolchevique del 17. En el mismo número Catherine Verla se pronuncia sin rodeos: "Había que oponerse al golpe sin vacilar y, a este nivel, luchar al lado de Yeltsin." Pero después de alinearse con el dirigente contrarrevolucionario, se pone nerviosa, diciendo que "no aceptamos la prohibición del PC" (la expropiación de sus bienes, sí) y calificando a Yeltsin como "un peligro potencial". Pero no se para la caza de brujas con un "no, gracias", y el peligro de Yeltsin, a cuyo lado "lucharon" los mandelistas, era muy actual.

En el periódico de la sección mexicana del S.U. (Bandera Socialista, 2 de septiembre de 1991), la infame equiparación de la Revolución de Octubre con el contragolpe contrarrevolucionario de agosto es retomado en un artículo titulado "Tres días que siguen conmoviendo al mundo" por Manuel Aguilar Mora. Este hace eco a la propaganda imperialista al pretender que el tímido golpe estalinista "se enfrentó primero con el repudio popular, la resistencia masiva después" – en una distorsión abusiva de la pasividad reinante. Con estalinofobia lírica Aguilar Mora promete que "trescientos millones de habitantes del país más extenso del mundo no permitirán con seguridad que de nuevo se imponga sobre sus cielos la oscura noche de un neoestalinismo verdugo y represor." Pero ya en su número siguiente (BS, 16 de septiembre), Lucinda Nava admite que la supuesta "acción de masas... apuntaló y estuvo subordinada desde el primer momento al caudillaje de Yeltsin, el 'zar blanco'," y que "hay cacería de brujas, histeria anticomunista y las estatuas de Lenín ruedan por el suelo."

Si el S.U. se suma al coro contrarrevolucionario, la corriente de los seguidores de Nahuel Moreno, difunto caudillo seudotrotskista argentino, quiere ser la diva. Su Liga Internacional de los Trabajadores (LIT), canta loas a la nueva "revolución rusa" proclamada por la burguesía. "URSS: El pueblo derrotó ei golpe" declaró Solidaridad Socialista (23 de agosto de 1991), del Movimiento al Socialismo (MAS) argentino, la sección ("simpatizante") guía de la LIT. Su sección brasileña publicó un enorme titular, "REVOLUCION derrumba dictadura estalinista" (Convergencia Socialista, 29 de agosto de 1991). "Cuatro días que conmovieron al mundo", dice su grupo mexicano, el Partido de los Trabajadores Zapatistas, proclamando el "Triunfo de una revolución democrática" (El Socialista, 1.º de septiembre de 1991).

"Gran triunfo revolucionario en la URSS", se titula la declaración de la LIT del 28 de agosto de 1991, aunque señalaron luego la necesidad de hacer unos "ajustes" (Correo Internacional, noviembre de 1991). Pero la siguen calificando de "una colosal revolución obrera y popular, sin dirección revolucionaria, y con dirigentes reaccionarios, traidores y proimperialistas, y masas profundamente confundidas." Si a los mandelistas les inquieta la caza de brujas anticomunista, los morenistas aúllan con los lobos. "La revolución antiburocrática hoy ha ilegalizado al PC y derribado sus símbolos y estatuas", retumban (Solidaridad Socialista, 29 de agosto de 1991). Y si luego se vieron constreñidos a decir "Abajo con los planes de restauración capitalista de Yeltsin" y declararlo "enemigo no. 1" (Convergencia Socialista, 5 de septiembre de 1991), esto no les impidió publicar (6 de diciembre de 1991) un recuadro titulado "¡Abajo las estatuas! ¡Viva Lenin!" en el que se justifica la furia anticomunista luego del golpe, escribiendo que "el camino rumbo al socialismo auténtico... pasará por San Petersburgo y no por Leningrado. Y sin estatuas."

A escala internacional hubo otras corrientes falsamente consideradas como trotskistas que, aunque les falta la imaginación que permite a los morenistas inventar su engendro "reaccio-revolucionario", también buscaban un lugar en las barricadas yeltsinistas. El Socialist Workers Party (SWP) norteamericano de Jack Barnes, que después de años de fungir como el ala derechista reformista del S.U. finalmente renunció formalmente al trotskismo, aplaudió en el Militant (6 de septiembre de 1991): "Obreros soviéticos ganan victoria gigantesca al derrotar golpe". El grupo inglés Workers Power y su "Liga por una Internacional Comunista Revolucionaria" proclamó que "Los marxistas revolucionarios debían haber estado en las primeras filas de los que lucharon por aplastar al golpe del 19 de agosto," poniéndose luego una hoja de parra al afirmar que "no debería haber ningún apoyo político para Yeltsin" (Workers Power, septiembre de 1991). Así se pronuncian por el "apoyo militar"... ¡a la contrarrevolución!

El grupo mexicano asociado con el PCI francés de Pierre Lambert, de tendencia social democratizante, escribe que "las masas se levantaron en contra del 'Comité de Estado'" (El Trabajo, octubre de 1991). Se trata, dicen, de "una nueva fase de la revolución política, aunque en condiciones confusas" – siendo éstas el hecho de que "las masas 'han seguido' a Yeltsin." Ocultan que Yeltsin encabeza las fuerzas abiertamente contrarrevolucionarias, y de la misma manera se refieren a "la revolución política que ha barrido todo el Este de Europa." Así embellecen los regímenes capitalistas como el de Walesa en Polonia. La estalinofobia notoria de los lambertistas les lleva a confundir intencionalmente la contrarrevolución social con la revolución política.

Por otra parte, los seguidores mexicanos de la tendencia Militante, dirigida hasta hace poco por Ted Grant en Inglaterra, publicaron un articulo sobre la intentona de Moscú diciendo, "El fracaso del golpe ha sido una victoria para la contrarrevolución" (Militante, septiembre de 1991). Correcto, pero ¿cómo se explica entonces que sus correligionarios ingleses publicaron un enorme encabezado cele-bratorio "Golpe aplastado" y un editorial descubriendo "elementos de la revolución política" en la "batalla de parar a los burócratas duros" (Militant, 30 de agosto de 1991). Esta corriente liquidacionista que se ha escondido durante décadas en el Partido Laborista británico, padece de una incapacidad congénita de defender posiciones proletarias firmes. Su método del entrismo permanente les lleva en México a "luchar" dentro del PRD, el partido nacionalista burgués de Cuauhtémoc Cárdenas.

Quizás la línea más cínicamente contradictoria, hasta esquizofrénica, fue la de los bandidos políticos de la Workers League norteamericana de David North, cuya política depende de quien le financia en el momento dado. Su "Comité Internacional de la Cuarta Internacional" proclama que "saluda el colapso humillante del putsch estalinista del 19 de agosto en Moscú" y afirma en la misma declaración que "los que ahora ocupan el proscenio en Moscú son anti-socialistas acérrimos y exponentes despiadados de la restauración capitalista" (Bulletin, 6 de septiembre de 1991). Quiere estar con las "masas" yeltsinistas, al mismo tiempo que lanza advertencias contra Yeltsin como heraldo del capitalismo. El "problemita" de la ascendencia de las fuerzas restauracionistas, que otros grupos "resuelven" con "ajustes" en números sucesivos de sus periódicos, no le molesta al estafador North. Pero si hubiera tratado de poner en práctica su línea en agosto, los anticomunistas violentos en las barricadas la habrían destrozado a palizas.

Durante los últimos tres decenios, nuestra tendencia ha denunciado a los impostores que se disfrazan de trotskistas mientras abandonan todas y cada una de las posiciones principistas defendidas por Trotsky, y sobre todo la lucha por una vanguardia trotskista independiente. Hemos combatido polémicamente contra todos los que buscaron la popularidad como furgón de cola "de izquierda" de los "frentes populares" burgueses, desde Allende en Chile hasta Mitterrand en Francia. Hemos desenmascarado a los que saludaron a los nacionalistas antisoviéticos desde Jomeini en Irán hasta Walesa en Polonia y el SPD alemán. Hemos advertido que sus claudicaciones cobardes y oportunismo traicionero, su renuncia en los hechos al trotskismo revolucionario, van en contra de todo interés histórico de la clase obrera. Ahora se han mostrado tales como son: no trotskistas, sino traidores a la Revolución de Octubre.

¿Quienes apoyaron el golpe?

Tratando de ocultar el abismo existente entre la posición trotskista del defensismo soviético y el alineamiento militar y político de las corrientes seudo trotskistas con los que tratan de destruir a la Unión Soviética, éstas recurren a una serie de argumentos fraudulentos. Entre los más torcidos está que el golpe de los estalinistas duros fue apoyado por... ¡los imperialistas! En un artículo sobre el golpe, Jorge Altamira, dirigente del Partido Obrero (PO) argentino, proclama "la victoria popular contra el golpe tiene un alcance revolucionario," Altamira sostiene que un deseo por la "conservación de la unidad de la URSS" supuestamente "explica que el imperialismo hubiera apoyado virtualmente al golpe en los primeros momentos, y que sólo cambiara ante las evidencias de su derrumbe" (Prensa Obrera, 29 de agosto de 1991). El grupo brasileño asociado con el PO contesta a la pregunta "¿Quién apoyó el golpe?" que, "Al contrario de lo que postula la opinión general, el imperialismo, al inicio, apoyó a los golpistas," y luego, más enfáticamente, "el imperialismo apoyó el golpe" (Causa Operária, 20 de septiembre de 1991). Este contrasentido es una mentira intencionada.

El mismo número de Prensa Obrera publica un recuadro titulado, "Menem y Bush apoyaron el golpe en la URSS", alegando que "Los 'líderes' de la democracia apoyaron, sin variaciones, el golpe" y denunciando "la especie de que Menem condenó el golpe." Veamos la realidad. Un cable de la agencia TELAM del 19 de agosto de 1991 cita al presidente argentino diciendo que "lamenta profundamente" la destitución de Gorbachov. Luego hay la declaración conjunta de Menem y el presidente brasileño Collor de Mello expresando su "profunda preocupación" por el golpe. Y el día 20 Noticias Argentinas transmite cables en los que Menem denuncia "un golpe de estado llevado a cabo por sectores reaccionarios" y relata su conversación telefónica con Bush, quien le encargó la tarea de informar a los presidentes del Cono Sur acerca de la actitud de la Casa Blanca. y ¿cuál fue ésta? Desde el principio todo el aparato del imperialismo norteamericano fue movilizado para derrotar al débil golpe.

Ya en las primeras horas del golpe, el jefe de estación de la CIA en Moscú se presentó en la sede del Parlamento Ruso, la "Casa Blanca" de Yeltsin. Le suministraron material y personal, incluyendo máquinas de telefax e imprentas, y empezaron a transmitir desde ahí emisiones de Radio Libertad. Bush no sólo emitió una declaración apoyando a Yeltsin, sino que habló repetidamente por teléfono con éste para alentarlo, y pasarle información de las agencias de inteligencia norteamericana. Yeso no fue porque "comprobaron que la movilización de las masas, la deserción de los soldados y la división del comando golpista, habían prácticamente barrido con la intentona," como sostiene Prensa Obrera, sino al revés: no aparecieron las primeras barricadas y el par de miles de "atrevidos defensores" de Yeltsin sino hasta después de que el apoyo norteamericano fue hecho explícito por este caudillo de las fuerzas abiertamente contrarrevolucionarias.

La tergiversación total de los hechos por Altamira tiene una larga historia. Hace diez años, cuando el general Jaruzelski en Polonia decretó un estado de emergencia para prevenir un golpe de mano por Walesa, la "Tendencia Cuartainternacionalista" animada por PO justificó su apoyo a Solidarnosé (que a esas alturas ya contaba con cuantiosa ayuda de la CIA y actuaba en estrecha colaboración con Reagan y el papa) denunciando "el apoyo dado al golpe por los gobiernos imperialistas" (Internacionalismo, enero-abril de 1982). Se explicó este mítico "apoyo imperialista" por "su alianza general con la burocracia contra la revolución obrera mundial" y por el deseo de mantener la división de Europa "operada con los acuerdos de Yalta". Es el viejo esquema estalinofóbico del lambertismo de una "Santa Alianza contrarrevolucionaria entre el imperialismo y el estalinismo", o en su variante morenista "el Frente Contrarrevolucionario Mundial". Su propósito es obvio: al negar todo conflicto entre el Kremlin y la Casa Blanca, en efecto declaran cadúca la defensa de la URSS.

Otro argumento falso que utilizan los seudotrotskistas para excusar su traición es que fueron los golpistas quienes querían restaurar el capitalismo, estilo Pinochet. Esta parece ser moneda común entre varias corrientes argentinas. Según un cable del 20 de agosto de 1991 de Noticias Argentinas, Luis Zamora del MAS criticó la posición del PC como "apoyo velado a los putschistas que pregonaban el modelo de Pinochet." El PO repudió el golpe "por sectores pinochetistas de las Fuerzas Armadas y por la burocracia". Y el PTS (Partido de Trabajadores por el Socialismo, morenista disidente) afirmó que el golpe "es sólo un intento de imponer – utilizando métodos que son mucho más violentos que los hasta aquí utilizados – un programa por reestructurar el capitalismo." Según el PTS, "en cuanto a sus metas finales, no hay diferencia entre este sector y el sector de Yeltsin." Otra vez, la "lógica" es evidente: si ambos bandos son restauracionistas, y un sector quiere eliminar "las libertades" ¡presto! otra excusa para alinearse con el "demócrata" Yeltsin.

Nosotros mismos dijimos que con su intentona "todos los hombres del presidente" Gorbachov "apostaron todo a una acogida neutral del golpe por parte de los imperialistas." Señalamos cómo el "Comité Estatal de Emergencia" prometió "apoyar a la empresa privada" y seguir con "la política de las reformas hacia una economía de mercado". Mas si los golpistas querían "perestroika sin glasnost", si no se propusieron defender la economía socializada y planificada, eso no es lo mismo que querer destruir el estado obrero ahora mismo. Entre los altos burócratas que tramaban el golpe algunos quizás soñaban todavía de un imposible "socialismo en un solo país"; otros querían retardar la marcha hacia el capitalismo, para poder luego vender las prendas de la industria soviética al mejor postor y así juntarse a especuladores, parásitos de la mafia y una nueva capa de yuppies para convertirse en una nueva clase capitalista. Pero los que querían restaurar el capitalismo ¡ya! estaban en las barricadas de la contrarrevolución con Yeltsin – y con los traidores seudotrotskistas, de hecho anti-troskistas. Y entre ellos estaban muchos admiradores del verdugo chileno que saben que para disciplinar a los obreros se requerirá más que proclamas de la "muerte del comunismo" – para imponer el capitalismo requerirán una mano dura y sangrienta.

En cambio, los espartaquistas de la LCI, asumimos nuestro deber de defender el legado de Octubre. En respuesta a diversos reformistas y centristas, escribimos:

"La 'banda de los ocho' fue incapaz de barrer a Yeltsin con su patética caricatura de un putsch porque, como señalábamos, éste fue un 'golpe pro perestroika'. Pero tanto el imperialismo como las fuerzas de la contrarrevolución interna se alinearon en el bando de Yeltsin. A los golpistas no sólo les faltó decisión sino tampoco querían desencadenar las fuerzas que podrían haber derrotado a las fuerzas contrarrevolucionarias más extremistas, porque elló pódría haber llevado a la guerra civil si los yeltsinistas hubieran resistido. Y en una lucha armada, confrontando restaurcionistas declarados contra elementos recalcitrantes de la burocracia, la defensa de la economía colectivizada hubiera sido puesta en el orden del día independientemente de las intenciones de los estalinistas. Los trotskistas habrían formado un bloque militar con "la sección termidoriana de la burocracia contra el ataque abierto por la contrarrevolución capitalista", como postulara Trotsky en el Programa de Transición de 1938. Esta fue precisamente nuestra política con respecto a Jaruzelski en 1981." – "Cheerleaders for Yeltsin's Counterrevolution", Workers Vanguard No. 535, 27 de septiembre de 1991

Pero los "antiestalinistas" socialdemocráticos no pueden aguantar estar en un bloque con los estalinistas, ni siquiera para la defensa del estado obrero.

¿Quiénes estaban en las barricadas de Yeltsin?

Un tema común de las primeras declaraciones de estos falsificadores es que fueron "los obreros soviéticos" quienes derrotaron al golpe. Nada más lejos de la verdad. Es cierto que sus padrinos imperialistas esperaban que al trepar Yeltsin al tanque y llamar a una huelga general en apoyo a su contragolpe procapitalista, las masas trabajadoras le seguirían como millones de obreros polacos siguieron a Lech Walesa en 1980-81. Pero a pesar de las esperanzas imperialistas y los sueños de los seudotrotskistas que se alinearon con Yeltsin, no fue asi. Salvo algunos sectores mineros, no hubo huelgas obreras apoyándolo. Más tarde tuvieron que admitirlo. Uno de los "ajustes" que los morenistas harían a su declaración rimbombante es que fue "mucho menor el papel del movimiento obrero". El S.U. acepta que "La intentona no fue derrotada por la movilización popular, que en realidad fue mínima." Workers Power cita un testigo ocular: "Al mismo tiempo la 'lucha heroica de las masas moscovitas' para defender al parlamento ruso es en gran parte mítica."

Venceremos (octubre de 1991), revista del FMLN, publica un interesante artículo citando a la revista capitalista rusa Komersant que "muestra en forma evidente el gran papel jugado por los medios de negocios moscovitas en la 'batalla de la Casa Blanca'." Cuenta cómo ellos despachaban quince camiones a la sede de Yeltsin con diversos productos, cinco camiones con medicamentos, y cómo "trescientos empleados de sus servicios de seguridad son destinados para guardar los edificios." También proveyeron materiales de construcción de barricadas (carros, autobuses); bancos, sociedades bursátiles y sociedades aseguradoras enviaron millones de rublos. "Las firmas extranjeras McDonald y Pizza Hut proveen gratuitamente hamburguesas y pizzas a los ocupantes del edificio gubernamental." Esta experiencia confirma, dice, "que el proceso de recomposición social de la URSS está decididamente muy adelantado, notablemente con la emergencia, confusa, de una clase de capitalistas."

Sin embargo, para los "socialistas" estalinofóbicos, su ultima ratio (argumento definitivo) inscrita en los cañones de la contrarrevolución, es la misma que manejó Kautsky en sus diatribas contra la Revolución de Octubre: apoyan a la "democracia" capitalista en contra de la dictadura del proletariado, sea bajo Lenin y Trotsky o aun horriblemente deformada bajo Stalin y sus epígonos. Workers Power ofrece una expresión acabada de esta política de contrarrevolución "democrática" burguesa. Después del informe de su testigo ocular insiste:

"No importa cuan socialmente contrarrevolucionaria sea la naturaleza del programa de Yeltsin, no importa cuantos gángsteres y especuladores acudieron a las barricadas para defender al parlamento ruso, sería el suicidio revolucionario apoyar a los golpistas y apoyar el aplastamiento de los derechos democráticos.... "Es mucho mejor que las recién nacidas organizaciones obreras de la URSS aprendan a nadar contra la corriente del restauracionismo burocrático que amontonarse en el 'respiro' de los calabozos."

En forma parecida, los morenistas argumentan que los obreros "pueden hacer su experiencia con Yeltsin, desarrollando sus organizaciones" (Convergencia Socialista, 5 de septiembre de 1991). Mejor someterse a la explotación capitalista, al hambre, a vivir en la calle sin casa, a la opresión brutal de la mujer y a los pogromos chauvinistas granrrusos, dicen, a que sobreviva un día más el estado obrero degenerado estalinista.

Claro que las "organizaciones obreras" que ellos quieren desarrollar son las dirigidas por los "sindicalistas libres" conectados con los fascistas, tales como Yuri Butchenko, quien hizo una gira en Inglaterra auspiciado por Workers Power y ahora trabaja para el National Endowment for Democracy, un instrumento de la CIA para canalizar dólares a grupos sindicales y partidos políticos, desde Nicaragua hasta la URSS. El último número de la revista de la LIT morenista está lleno de entrevistas con dirigentes del sindicato minero financiado por Washington. Como escribió Trotsky con gran acierto en su ensayo "La naturaleza de clase del estado soviético": "Toda tendencia política que desesperanzadamente le dice adiós a la Unión Soviética, con el pretexto de su carácter 'no proletario', corre el riesgo de convertirse en instrumento pasivo del imperialismo." En este caso, habría que cambiar pasivo por activo.

¿Quiénes dijeron la verdad?

Como hemos aludido, las políticas asumidas por las diversas corrientes de la izquierda frente a los sucesos de Moscú eran una reedición de sus políticas sobre Solidarnosé hace una década. Quienes en diciembre de 1981 estaban con Lech Walesa, se pusieron en agosto de 1991 al lado de Yeltsin. Los espartaquistas, en cambio, dijimos entonces "¡Alto a la contrarrevolución de Solidarnosc!" y hoy "¡Derrotar la contrarrevolución de Yeltsin y Bush!" Estamos orgullosos de haber dicho la verdad a las masas, "por amarga que ella sea", como nos instruyen las reglas de la IV Internacional, mientras los que fraudulentamente se reclaman del trotskismo sin defender su esencia – la independencia revolucionaria del proletariado y su vanguardia – han tenido que recurrir a burdas mentiras para encubrir sus claudicaciones que los llevan a los brazos de la contrarrevolución.

En estos días, la revista Time (24 de febrero) ha publicado un "informe investigativo" por Carl Bernstein, uno de los reporteros que revelaron el escándalo de Watergate, con el encabezado "Santa Alianza" y el subtítulo: "Cómo Reagan y el Papa conspiraron para ayudar al movimiento Solidarnosc de Polonia y acelerar el derrumbe del comunismo." El informe confirma plenamente lo que la tendencia espartaquista internacional dijo hace diez años – que el movimiento nacionalista polaco, "el único 'sindicato' amado por Reagan," fue:

"abastecido, cuidado y asesorado por la red establecida bajo los auspicios de Reagan y Juan Pablo II... El dinero para el sindicato proscrito provino de fondos de la CIA, la Fundación Nacional para la Democracia, cuentas secretas del Vaticano y sindicatos occidentales." -El Dia [México], 28 de febrero

Desmintiendo en forma dramática la fórmula lambertista, esta verdadera "Santa Alianza contrarrevolucionaria" fue dirigida contra la URSS. Es más, como dice hoy Ronald Reagan de su acuerdo con el papa: "Ambos sentimos que en Yalta se había cometido un gran error y que algo tendría que hacerse al respecto. Solidaridad era el arma indicada para realizar esto, porque era una organización de los trabajadores de Polonia" y que "se oponía a todo lo que los soviéticos pudieran querer o que los comunistas pudieran querer."

Entretanto, se ha probado también que Solidarnosé apuntaba a la introducción del capitalismo. El gobierno capitalista de Walesa y sus consortes está imponiendo un "tratamiento shock" feroz, y son los obreros polacos quienes están pagando el precio, sufriendo miseria, desempleo, padeciendo hambre. Es un anticipo de lo que sufrirán los obreros soviéticos si gana definitivamente la contrarrevolución en la URSS. y ¿qué dicen hoy los paladines de "Solidaridad con Solidarnosé"? Afirman cínicamente que en algún momento entre 1981 y la fecha presente, el movimiento liderado por Walesa sufrió una transmutación. La mayor parte de la izquierda abandonó a Solidarnosé en 1989 cuando formó su primer gobierno. Pero los descarados seguidores de Moreno ¡hasta saludaron al gobierno procapitalista de Mazowiecki! calificándolo un "gobierno obrero y no burocrático conquistado por las masas" como resultado de "una inmensa revolución obrera y democrática" (Correo lnternacional, enero de 1990) – posición que ahora la fracción de la mayoría del LIT quisiera olvidar en un "borrón y cuenta nueva" desvergonzado.

Rumbo a su congreso mundial, la LIT se está desmoronando en toda una serie de fracciones. Pero los morenistas sólo muestran en forma más desvergonzada la política claudicante que une a todas las tendencias seudotrotskistas. El S.U. de Mandel y Barnes, Lambert, Altamira, North – en ese entonces todos eran "solidarios con Solidarnosc" y Walesa, y por lo tanto aliados de la CIA y Reagan. Se escandalizaron por nuestra declaración franca y sin titubeos de que: "Si los estalinistas del Kremlin, a su manera inevitablemente brutal y estúpida, intervienen militarmente para pararlo, nosotros apoyaremos esto. Y asumimos de antemano la responsabilidad por esto; cualesquiera que sean las porquerías y atrocidades que cometerán, no vacilamos en defender el aplastamiento de la contrarrevolución de Solidaridad" (ver el folleto espartaquista, ¡Alto a la contra-rrevolución de Solidarnosc!). También dijimos que la única defensa consecuente y eficaz del estado obrero, como lo demuestra la situación actual en la Unión Soviética, es la movilización de la clase obrera por sus propios intereses de clase – algo totalmente ajeno a los que deliberadamente confunden la revolución política con la contrarrevolución social.

La burguesía proclama la "muerte del comunismo", pero el comunismo nace de la lucha de clases de los trabajadores. Y en América Latina, después de siglos del capitalismo, las condiciones con toda seguridad están maduras para la revolución socialista. Bajo el yugo de una deuda imperialista de más de 450 millones de dólares; con 183 millones de personas – casi la mitad de la población – viviendo oficialmente en la pobreza; con condiciones sanitarias y de salud tan horribles que el cólera, una enfermedad que fue virtualmente erradicada a comienzos del siglo XX, azota al continente, con 250.000 afectados y varios miles de muertos el año pasado; en un continente con 20 millones de niños sin casa – las condiciones están sobremaduras para una "explosión social". Lo que falta es la vanguardia revo-lucionaria para galvanizar al proletariado y colocarlo a la cabeza de todos los oprimidos.

Sin embargo, la izquierda, e incluso la "izquierda armaada", está dominada por el nacionalismo y el estalinismo, cuyos programas de "revolución democrática" aceptan los límites del dominio capitalista. Y ahora esa izquierda está paralizada ante el colapso de los regímenes burocráticos estalinistas y con ello la evidente bancarrota de su propia concepción del mundo. Más urgente que nunca es el forjar partidos trotskistas, construidos sobre la teoría y el programa de la revolución permanente – que en esta época imperialista, en América Latina de hoy como en la Rusia de 1917, no se pueden resolver ni siquiera las tareas democráticas más elementales sin la toma de poder por el proletariado, en alianza con el campesinado y los pobres urbanos, y la expropiación de los explotadores capitalistas.

La Liga Comunista Internacional (Cuartainternacionalista) ha luchado por mantener la constancia programática imprescindible para ganar toda batalla en la lucha de clases. León Trotsky murió – a manos de un asesino estalinista – como defensor intransigente del estado obrero soviético. Libró su última lucha política contra la oposición de Burnham y Shachtman, quienes abandonaron la defensa de la URSS en 1939-40, dentro del (en ese entonces trotskista) SWP norteamericano. Como dijo James P. Cannon, dirigente de los trotskistas norteamericanos, en un discurso sobre la Revolución Rusa pronunciado en el curso de esa lucha, la línea rectora para los marxistas revolucionarios debe ser: "Ver la realidad y encararla en su totalidad en cada etapa; no abandonar ninguna posición antes de perderla; el peor de los capituladores es el que capitula antes de la batalla decisiva." Con Cannon también decimos, "¡Somos el partido de la Revolución Rusa!"

Como escribió Trotsky con tanta elocuencia en su "Carta a los obreros de la URSS" (abril de 1940): "Los que no saben defender las conquistas ya ganadas nunca podrán conseguir otras nuevas." Hoy día es urgente una revolución política proletaria para derrotar a los restauradores del capitalismo – si sucumbe la tierra natal de Octubre a la marea contrarrevolucionaria, los trabajadores de todo el planeta lo pagarán con su sangre durante años y décadas. Nunca ha sido tan apremiante la necesidad de construir un partido mundial de la revolución socialista, una IV Internacional que Trotsky reconocería como suya. ¡Derrotar la contrarrevolución de Yeltsin y Bush! ¡Por un partido trotskista en la Unión Soviética, formado en la lucha por reforjar la IV Internacional!