Obreros soviéticos: iDerrotar la contrarrevolución de Yeltsin y Bush!
La intervención de la entonces revolucionaria tendencia espartaquista internacional frente a la restauración del capitalismo en la URSS. Un documento importante para entender el derrocamiento del primer estado obrero del mundo.
de Spartacist numero 24, Marzo de 1992.
Traducido de workers vanguard no. 533, 30 de agosto de 1991
27 DE AGOSTO – Los trabajadores de la Unión Soviética, y de hecho los trabajadores del mundo entero, han sufrido un desastre sin precedentes cuyas consecuencias devastadoras ya se manifiestan. La dominación de Boris Yeltsin – quien se postula como hombre de Bush – resultante del estropeado golpe por los antiguos colaboradores de Gorbachov, ha desatado una marea contrarrevolucionaria a lo largo y ancho de la tierra de la Revolución de Octubre. El primer estado obrero de la historia, debilitado y socavado por décadas de malgobierno burocrático estalinista, yace en jirones. El poder estatal ha sido fracturado, el Partido Comunista – su médula burocrática – hecho añicos y proscrito en la KGB y las fuerzas armadas, la unión multinacional se desgarra con las proclamas de secesión de una república tras otra.
Pero aunque YeItsin y Cía. ven ahora el campo libre para imponer una reintroducción a marcha forzada del capitalismo, el desenlace no se ha decidido aún en forma definitiva. Mientras que los imperialistas se regocijan y la pequeña burguesía procapitalista brinca de júbilo, los obreros soviéticos se enfrentan a un desastre de proporciones catastróficas: todas las conquistas por las que ellos, sus padres y sus abuelos se sacrificaron están ahora en subasta. Un estallido aún mayor de conflictos nacionalistas se vislumbra. El látigo de la explotación capitalista que se introduce en medio de la desarticulación económica generalizada amenaza con traer hambre y desempleo en gran escala en el invierno que se avecina. El proletariado soviético, cuya capacidad de lucha combativa fue demostrada en forma dramática en la huelga de los mineros de mediados de 1989, no se ha hecho escuchar. La oposición en las fábricas contra los estragos del asalto capitalista podría entorpecer e impedir la rápida consolidación de la contrarrevolución.
El estalinismo soviético dio su último suspiro lastimoso. Hasta el momento del golpe, muchos de los obreros más avanzados, que se oponían a los planes de privatización a gran escala de Yeltsin y a las reformas de mercado de Gorbachov, tenían esperanzas en la llamada ala "patriótica" de línea dura de la burocracia. Ya no hay lugar para tales ilusiones.
El colapso del golpe y el ascenso de la contrarrevolución en la Unión Soviética apuntala, por el momento, el "Nuevo Orden Mundial" dominado militarmente por EE.UU. que Bush proclama. Tras su aniquilamiento de Irak, la triunfalista y vengativa clase dominante norteamericana amenaza con dirigir su furia, ya sin las trabas de la fuerza disuasiva de una poderosa URSS, contra infinidad de pueblos en todo el mundo. Cuba, en particular, está en la mira de Bush, y su defensa es hoy más que nunca un deber de todos aquéllos que se oponen al imperialismo yanqui.
Desde que Stalin usurpó burocráticamente el poder en 1924, León Trotsky y la Oposición de Izquierda emprendieron una lucha sin cuartel por el programa internacionalista de la Revolución Bolchevique. Bajo los golpes mortales del terror y la calumnia estalinistas, los trotskistas perseveraron como los mejores y únicos defensores consecuentes de las conquistas revolucionarias aún vigentes. Hoy la Liga Comunista Internacional (Cuartainternacionalista) continúa esta lucha.
El estalinismo fue el dominio político de una casta burocrática parasitariamente encaramada sobre las formas de propiedad proletarias creadas por la Revolución de Octubre de 1917. Tanto durante las sangrientas purgas de los años 30 como en la infinidad de "reformas" de Jruschov y otros, este sistema basado en las mentiras y la represión contra la clase obrera no sólo estorbó el progreso ulterior hacia el socialismo sino que tapó todos los poros de la sociedad soviética. Después de décadas de auto sacrificio extraído del proletariado en nombre de la "construcción del socialismo en un solo país", la perestroika de Gorbachov fue el último intento desesperado de la burocracia estalinista por conservar su posición mediante la adopción de medidas capitalistas. Pero, igual que las exhortaciones de Nikolai Bujarin a los campesinos ricos (kulaks) a finales de los años 20, de "enriquecéos", la perestroika azuzó las fuerzas de la restauración capitalista que ahora han dado fruto con el contragolpe de Yeltsin.
Boris Yeltsin no es un "occidentalizador" – es un ultra-chauvinista ruso que se propone vender la Unión Soviética al Occidente. Tiene conexiones con una organización racista de extrema derecha en EE. UU. llamada "Free Congress Foundation" (Fundación por un Congreso Libre – cuyos operativos en Europa Oriental incluyen a notorios colaboradores de los Nazis) que se adjudica el mérito de haber "entrenado" a él y a su personal sobre cómo adueñarse del poder. Las leyes que impone están siendo diseñadas por asesores enviados por el gobierno estadounidense. Una de las primeras acciones de Yeltsin como jefe del partido en Moscú a mediados de los años 80 fue legitimar a los fascistas antisemitas de Pamyat cuando éstos salieron de sus guaridas. Yeltsin promete a los trabajadores que el mercado libre les traerá prosperidad, pero en realidad éste resultará en la eliminación de lo que todo obrero soviético hasta hace poco consideraba un derecho: trabajo estable, atención médica gratuita, educación para sus hijos – todas conquistas basadas en la economía colectivizada.
La disyuntiva que siempre ha confrontado el estado obrero burocráticamente degenerado de la URSS ha sido: o contrarrevolución o trotskismo. Ahora el estalinismo está muerto. La clave para frustrar los sangrientos planes de Bush, Yeltsin y sus compinches contrarrevolucionarios es el forjamiento temprano de un núcleo trotskista en la Unión Soviética mediante el reagrupamiento de aquellos elementos en el movimiento obrero, el ejército y en todos los niveles de la sociedad que quieren luchar por el programa de Octubre.
El fiasco del golpe pro perestroika
Cuando la muchedumbre de yuppies (profesionales jóvenes), estudiantes y nacionalistas rusos de varios tintes, incluyendo a fascistas y curas, se congregó en las afueras del parlamento ruso – la "Casa Blanca" de Yeltsin – al inicio del golpe, un llamado a los obreros de Moscú para que barrieran esta chusma contrarrevolucionaria estaba al orden del día. Pero los golpistas no solamente no movilizaron a los obreros, sino que ordenaron a todo el mundo que permanecieran en sus casas y en sus trabajos. La clase obrera así lo hizo, y la convocatoria de Yeltsin a una huelga de protesta no dio resultado. Pero los "cooperativistas" (comerciantes avariciosos), partidarios de la libre empresa y los autoproclamados "demócratas" pequeñoburgueses intoxicados por el olor de los dólares y los marcos alemanes salieron en tropel a las calles. Y el impotente "Comité de Estado de Emergencia" (GKChP) no hizo nada. Todo obrero soviético con conciencia de clase que comprendía la necesidad urgente de poner alto a las fuerzas de la restauración capitalista hubiera estado ciertamente en contra de Yeltsin, pero hubiera criticado al golpe – que se rehusó a parar a Yeltsin, y consecuentemente estaba destinado a fallar.
La ineptitud de los golpistas asombró hasta a los comentaristas imperialistas. Se informó que habían ordenado 250.000 pares de esposas de una fábrica en Pskov, así como montones de órdenes de arresto en blanco, pero ni siquiera arrestaron a quien obviamente se convertiría en el eje de un contragolpe proimperialista. Voceros de Washington atribuyeron a un "milagro" el hecho de que los autores del golpe no arrestaran a Yeltsin, violando así la regla número uno de los golpes de estado. Ni siquiera le cortaron sus líneas telefónicas, y aunque parezca inverosímil, ¡permitieron que la televisión transmitiera los llamados de Yeltsin a los soldados a desobedecer las órdenes del "Comité de Emergencia"! Pero estas aparentes estupideces no fueron simplemente un descuido. Los golpistas apostaron todo a una acogida neutral del golpe por parte de los imperialistas, aludiendo a la posibilidad de restituir a Gorbachov a su puesto y no tocar a Yeltsin, el favorito de Washington. La declaración del GKChP prometía "apoyar a la empresa privada" y respetar todos los compromisos traidores de Gorbachov con los imperialistas. Tizyakov, su principal portavoz sobre cuestiones económicas, insistía que "la política de las reformas hacia una economía de mercado no se revertirá." No hubo mención del "marxismo-leninismo", "comunismo", o ni siquiera el "socialismo".
Porque éste fue un "golpe pro perestroika". Durante meses habían habido llamados pidiendo un régimen de mano dura provenientes de "patriotas" estalinistas nacionalistas de línea dura como los "coroneles negros" de Soyuz. Pero lo que puso en acción a los golpistas, todos ellos designados en sus puestos por Gorbachov, fue la inminente firma de un nuevo tratado de la unión, que habría cedido una parte importante de los poderes centrales a las repúblicas. El golpe no lo dio tanto el ejército, que en gran parte no participó, sino altos funcionarios administrativos y jerarcas del partido en el aparato central cuyos feudos burocráticos estaban amenazados. Su programa declarado era la ley marcial para impedir que la URSS se desintegrara, es decir la perestroika sin glasnost: la introducción no muy acelerada del mercado y que todo el mundo se calle la boca. Así, uno de los miembros de la "banda de los ocho", el Primer Ministro Pavlov, fue el principal vocero del régimen de Gorbachov para la nueva ley que permitía la privatización a gran escala de la industria, y se hizo notorio por triplicar los precios de los alimentos durante la primavera pasada. En esa ocasión le dijo a un periodista británico:
"Debo mantenerme muy firme y decir que la privatización ha estado siempre en los planes de la reforma económica, y estuvo siempre, por razones obvias, muy estrechamente ligada a la liberalización de los precios... Queremos establecer la situación normal del capital como en otros países." – Independent (Londres), 18 de abril de 1991
¡No precisamente un programa para inspirar a los obreros soviéticos a dar apoyo a la intentona de los golpistas! Los jefes del golpe evitaron visiblemente cualquier mención de la Revolución de Octubre, o tan siquiera de la "Gran Guerra Patria". En lugar de ello, se inspiraron en las tradiciones del imperio zarista – al que Lenin llamó una "cárcel de pueblos" – declarando: "Nuestro pueblo multinacional ha vivido por siglos orgulloso de su Patria." Pero en materia de nacionalismo ruso, Yeltsin los aventajaba.
Los organizadores del golpe tampoco lograron calmar a Washington y a Wall Street. Tan pronto como Bush adoptó una línea dura de apoyo a Yeltsin (e incidentalmente exigiendo el regreso de Gorbachov), el golpe empezó a desbaratarse. En la secuela, ha habido mucho cacareo sobre la efusión de apoyo popular por la "democracia". Aunque hasta 150.000 personas (de una ciudad de diez millones), sin duda muchos de ellos obreros, asistieron en cierto momento a escuchar a Yeltsin, las famosas barricadas fuera de la "Casa Blanca" fueron puramente simbólicas, por lo general con apenas unos miles de individuos paseando alrededor. "Eran principalmente jóvenes, como yo, estudiantes, inte-lectuales, profesionales," dijo un participante. Aparte de unas dos docenas de policías de la República Rusa, los guardaespaldas de Yeltsin eran policías alquilados de una compañía de seguridad privada (como los rompehuelgas Pinkerton en EE.UU.). Cuando mucho había una docena de tanques, enviados por comandantes a favor de Yeltsin, en frente del edificio. Hablando de un posible ataque, un "comandante" yeltsinista dijo: "Por supuesto, no podíamos resistir por más de cinco minutos." Pero no hubo ningún ataque serio.
Envalentonada por la parálisis de los líderes golpistas, la turba reaccionaria lanzó cocteles Molotov a los jóvenes tanquistas. Y luego, apenas dos días y medio después de iniciada la acción, el ejército se retiró. En ese momento los enardecidos partidarios de Yeltsin comenzaron a merodear por toda la ciudad. Un teniente coronel que asistió a las manifestaciones estaba escandalizado: "Me sorprende que haya tantos jóvenes sedientos de sangre." Su primer blanco fue la estatua fuera de la sede de la KGB, de Feliks Dzerzhinsky, un comunista polaco y fundador de la Cheka, el brazo de combate del Partido Bolchevique contra la subversión de los Guardias Blancos. Al día siguiente derribaron la estatua de Yakov Sverdlov, comunista judío y primer presidente de la República Soviética. Ahí la hitleriana NTS distribuyó un volante que llamaba por las mismas medidas que Yeltsin decretó un día después. El Patriarca de la Iglesia Ortodoxa Rusa presidió el entierro de los tres individuos que murieron atacando a los tanques. La televisión británica informó, "Las imágenes de hoy eran de la vieja Rusia, prerrevolucionaria, un país saltando 75 años hacia atrás."
Después del estropeado golpe, Yeltsin, el antiguo funcionario burocrático convertido en restaurador del capitalismo, se movió rápida y despiadadamente contra sus opositores. En la mejor tradición de Stalin, Yeltsin arrastró a Gorbachov – el políticamente debilitado "presidente" soviético – ante los burlones miembros del parlamento ruso para humillarlo toscamente. Imitando al zar, Yeltsin, el "democrático" presidente de la República Rusa, altaneramente emitió un ukase (decreto) proscribiendo las actividades del Partido Comunista en suelo ruso e ilegalizando a Pravda y otros periódicos del PC. Las oficinas del Comité Central y del local del PCUS en Moscú fueron clausuradas y rodeadas por pandillas sedientas de sangre. Haciendo alarde de su poder sobre Gorbachov, Yeltsin nombró nuevos jefes del ejército soviético, la KGB y el Ministerio del Interior. Este último ilegalizó enseguida las actividades del Partido Comunista en estos pilares del poder del estado. Al día siguiente Gorbachov no sólo renunció como secretario general del PCUS sino que llamó por la disolución del partido en desintegración y por la confiscación de sus propiedades.
La pluma y el micrófono podrían estar en manos de Yeltsin, pero las órdenes llegaron por línea directa de la Casa Blanca en el Potomac a la "Casa Blanca" en el Moskva. Menos de 24 horas después de que Bush se mostrara insatisfecho con Gorbachov por su designación del general Moiseyev como nuevo ministro de defensa, Moiseyev ya estaba fuera. Al demagogo ruso Yeltsin se le pinta como un gran héroe de la "democracia". Este "demócrata" está llamando por la formación de un nuevo ejército ruso, la "Guardia Nacional", cuya primera condecoración sería la Orden de San Jorge – el emblema del zarismo y la bandera de los fascistas rusos. Un ex funcionario de la Casa Blanca llamó a Yeltsin "una edición eslava de Huey Long" (San Francisco Chronicle, 22 de agosto de 1991), el demagogo derechista de Louisiana que en la década de los 30 utilizaba la retórica populista para establecer un régimen autoritario personal. Inclusive muchos intelectuales prooccidentales partidarios del "mercado libre" en la Unión Soviética temen a Yeltsin como un dictador potencial que los pisotearía. Como Lech Walesa en Polonia, admirador del dictador nacionalista Pilsudski, Yeltsin intentará utilizar su popularidad para imponer una "terapia de choque" capitalista sobre los obreros.
Los medios de información imperialistas están jubilosos, aclamando "La Segunda Revolución Rusa". El New York Times se refiere burlonamente a V.I. Lenin como "poco más que un demagogo que ceceaba." (El Times está tan empeñado en pintar una contrarrevolución victoriosa que sus numerosos artículos no mencionan ni una sola vez a los obreros soviéticos.) Pero en la Unión Soviética, incluso algunos de los yeltsinistas más liberales se están empezando a poner nerviosos ante la perspectiva de cosechar las tempestades que han sembrado. Vitaly Korotich, director de Ogonyok, advierte ahora sobre "una tercera fuerza, que pudiera estar representada por cierta gente joven de orientación fascista." Los líderes de la "revolución democrática" se encuentran promoviendo ya la consigna zarista de "Rusia, Una e Indivisible". El alcalde de Leningrado Anatoly Sobchak fustiga a las fuerzas centrífugas que desgarran a la URSS: "Esto es una locura. Somos un país nuclear." Los asesores de Yeltsin hablan sobre la desestabilización de la economía y advierten a los secesionistas ucranianos que "estas tierras fueron colonizadas por rusos."
Entretanto, miles de moscovitas han estado haciendo cola para visitar el mausoleo de Lenin, preocupados de que quizá ésta sea la última oportunidad de presentar sus respetos al fundador de la Unión Soviética.
¡Combatir la esclavización capitalista!
Durante décadas, los estalinistas y los imperialistas se han unido en identificar al sistema de dominio burocrático instituido por Stalin y sus secuaces en 1924 con el leninismo. Nada podría estar más lejos de la verdad. Los bolcheviques bajo Lenin y Trotsky llevaron a cabo la Revolución de Octubre como el primer paso de la revolución socialista mundial. La atrasada Rusia, el "eslabón débil" del dominio imperialista, fue el escenario de la primera revolución obrera, pero necesitaba ser completada por el proletariado de los países imperialistas avanzados para que pudiera sostenerse y conducir al socialismo, una sociedad igualitaria basada en la abundancia. Fue sobre la base de la derrota de las revoluciones europeas, principalmente en Alemania, en el período de posguerra de 1918-23, que los usurpadores Stalin y Bujarin "descubrieron" la noción profundamente antimarxista de que era posible construir el "socialismo en un solo país". Trotsky denunció que este dogma nacionalista abandonaba la revolución mundial, y predijo que significaría la destrucción de la Unión Soviética si la burocracia no era barrida por el resurgimiento de la clase obrera.
En su análisis definitivo del estalinismo, La revolución traicionada (1936), Trotsky preguntaba proféticamente, "¿Devorará el burócrata al estado obrero, o barrerá la clase obrera al burócrata?" Al desarrollar esto, elaboró el programa de la revolución política proletaria dirigida por un partido bolchevique para restablecer la democracia soviética. La economía planificada estaría subordinada a la voluntad de los obreros, liberándola de la arbitrariedad zigzagueante de grises burócratas anónimos. Y en lugar de la política conservadora antirrevolucionaria del Kremlin de Stalin la Unión Soviética volvería a ser el cuartel general de la revolución socialista internacional. También explicó lo que sería la desoladora alternativa.
"Si, por el contrario, un partido burgués derribara a la casta soviética dirigente, encontraría no pocos servidores entre cretarios del partido y los dirigentes en general. Una depuración de los servicios del Estado también se impondría en este caso; pero la restauración burguesa tendría que deshacerse de menos gente que un partido revolucionario. El objetivo fundamental del nuevo poder sería restablecer la propiedad privada de los medios de producción. Ante todo, debería dar a los koljoses débiles la posibilidad de formar grandes granjeros, y transformar a los koljoses ricos en cooperativas de producción de tipo burgués o en sociedades por acciones. En la industria, la desnacionalización comenzaría por las empresas de la industria ligera y las de alimentación. En los primeros momentos, el plan se reduciría a compromisos entre el poder estatal y las 'corporaciones', es decir, los capitanes de la industria soviética, sus propietarios potenciales, los antiguos propietarios emigrados y los capitalistas extranjeros. Aunque la burocracia soviética haya hecho mucho por la restauración burguesa, el nuevo régimen se verá obligado a llevar a cabo en el régimen de la propiedad y el modo de gestión, una verdadera revolución y no una simple reforma."
Todo obrero soviético, granjero colectivo, pensionado o soldado se dará cuenta de inmediato que este proceso contrarrevolucionario está en marcha. El monopolio estatal del comercio exterior ha sido eliminado, la economía planificada ha sido abandonada. En su lugar, las grandes corporaciones imperialistas desde la Pepsi-Cola a la Chevron han invadido la economía soviética. La nueva "reforma agraria" de la federación rusa sienta las bases para la destrucción de los koljoses colectivos, prometiendo miseria a la mayoría de los pobladores del campo y riqueza para los nuevos kulaks. Los codiciosos "cooperativistas" y especuladores del mercado negro se han multiplicado en forma explosiva en el vacío dejado por el desplome del sistema de distribución. Pero esto es únicamente el comienzo. Yeltsin se propone ahora implementar la restauración capitalista a paso vertiginoso. Yavlinsky, co-autor del "gran remate" diseñado en Harvard para vender la Unión Soviética a los imperialistas, se encuentra ahora a cargo de la economía. Pero para las masas trabajadoras soviéticas, la "magia del mercado" sólo les promete hambre y desahucio. Un boletín para especialistas, publicado por Merrill Lynch, la importante firma de corredores de bolsa en Wall Street, da un indicio sobre la verdad que se está ocultando de las masas soviéticas:
"Aunque es probable que haya una oleada de optimismo entre el pueblo soviético con el nuevo orden político que está surgiendo, las expectativas sobre la capacidad del nuevo orden para lograr la recuperación de la economía probablemente excedan lo que es posible en forma realista. Si la experiencia de Europa Oriental es algún indicio, los próximos años serán dolorosos para la economia soviética cuando los obreros pierdan sus empleos vitalicios y las empresas del estado sean reestructuradas." -Wednesday's Global Report, 21 de agosto de 1991
Hasta ahora Yeltsin ha podido echar la culpa del caos económico y la miseria de la perestroika a las "medidas a medias" de Gorbachov y al sabotaje del viejo aparato estalinista. El demagogo ruso hipócrita una semana visita a huelguistas y la siguiente aprueba legislación antihuelgas. Pero ahora Yeltsin tratará de poner en práctica su verdadero programa, para imponer la brutal austeridad capitalista sobre la clase obrera soviética. Será responsable de la clausura de empresas "no rentables", de echar a la calle a millones de obreros, del aumento de los precios de los alimentos y los alquileres, del cierre de las guarderías infantiles y de todo tipo de ataques contra los trabajadores soviéticos. A la vez, será sumamente difícil durante los próximos meses utilizar al ejército, la KGB o la policía para romper huelgas o para dispersar protestas populares.
No obstante la actual dominación de Yeltsin y el ánimo de histeria anticomunista entre la pequeña burguesía, no resultará fácil llevar a cabo una contrarrevolución capitalista en la Unión Soviética. De hecho, se podría esperar un nivel más elevado de acciones huelguísticas de las que se realizaron durante la perestroika de Gorbachov. En este período la clase obrera soviética ha estado políticamente desorientada y confundida por la siempre cambiante alineación de Yeltsin vs. Gorbachov vs. los estalinistas de "línea dura". Ahora las líneas de batalla están claramente definidas. Pero la ausencia de un liderazgo auténticamente comunista representa el mayor obstáculo, dejando a la clase obrera presa de la confusión, las falsas polarizaciones y el derrotismo ante sus enemigos de clase.
Tanto los yeltsinistas como los "duros" compiten sobre el terreno del nacionalismo ruso contrarrevolucionario. Comenzando con el mismo Stalin, el brutal chauvinismo granrruso ha caracterizado a la burocracia, socavando a la multinacional URSS. El ascenso de los antisemitas de Pamyat recibió la protección de sectores de la burocracia de Gorbachov, particularmente del ala de Yeltsin. Mientras tanto, los secesionistas nacionalistas – en su mayoría de las repúblicas más ricas – anhelan hoy convertirse en peones del imperialismo, como muchos de sus antepasados lo fueron de los Nazis. En la última batalla de su vida, Lenin insistía, en contra de Stalin, que el estado revolucionario soviético debía ser una unión voluntaria basada en la igualdad de las naciones.
Es urgentemente, imperiosamente, necesario que la clase obrera establezca ahora formas organizativas para movilizar su poderío para resistir y derrocar a las fuerzas de la contrarrevolución capitalista.
• Conforme todo tipo de acaparadores y arribistas ambiciosos pululan agitados por arrebatar su "tajada", los obreros estarán preocupados por proteger su propio sustento que ven amenazado. Deben formarse comités obreros independientes en las fábricas, las minas, los ferrocarriles y otras empresas para impedir los despidos y las privatizaciones tomando las fábricas y controlando la producción. Dichos comités obreros pueden servir de base para soviets auténticos, atrayendo a sus filas a granjeros colectivos, minorías oprimidas, mujeres trabajadoras, soldados y oficiales del Ejército Rojo, ancianos pensionados – todos aquéllos que serían hechos víctimas por el "nuevo orden".
• Yeltsin y Cía. ya han empezado a purgar el cuerpo de oficiales del ejército. Esto no tiene nada que ver con la democracia. Desea convertir al ejército soviético que defendió a los pueblos de la URSS contra el azote del nazismo en un instrumento dócil para la represión interna en interés de los nuevos amos capitalistas. Es necesario formar comités de soldados y oficiales para oponerse a las purgas y evitar que el ejército sea utilizado para atacar los intereses de los obreros.
• Las turbas anticomunistas son las tropas de choque de un movimiento fascista en formación, los futuros rompehuelgas, carceleros y verdugos de obreros combativos y de militantes izquierdistas. Ya la NTS, antiguos colaboradores de los invasores nazis en la Segunda Guerra Mundial, ha asomado la cabeza en las movilizaciones yeltsinistas. Los camisas negras fascistas de Pamyat queman banderas rojas. Pronto estarán llevando a cabo mortales pogromos anti-judíos. Deben formarse milicias obreras, auxiliadas por oficiales y soldados del Ejército Rojo leales al socialismo, para la defensa contra las turbas de linchadores y pogromistas y su aplastamiento.
• La ilegalización del Partido Comunista será utilizada como un precedente para prohibir a todos los grupos que digan estar a favor del socialismo o el comunismo. La purga anticomunista se usará para victimar a los obreros combativos que dirijan huelgas contra los despidos y las privatizaciones. ¡Abajo la proscripción y caza de brujas contra el PC! ¡No permitan que arresten a sus compañeros de trabajo judíos o comunistas!
• La escalada de movimientos nacionalistas en las varias repúblicas que buscan la secesión está azuzando la matanza fratricida entre los pueblos soviéticos que están profundamente interpenetrados. Es urgentemente necesario organizar guardias de defensa multinacionales para impedir la carnicería comunalista. Como leninistas, es decir, internacionalistas proletarios, estamos por la plena igualdad de todas las naciones y nacionalidades dentro de una genuina federación socialista.
Las mujeres trabajadoras, que son quienes más han sufrido con la miseria económica de la perestroika, deben encontrarse en la primera fila no sólo de la batalla para impedir la clausura de las guarderías infantiles, sino también en la lucha por forjar un núcleo auténticamente comunista. En Polonia y en la antigua RDA (Alemania Oriental) las mujeres están siendo echadas de sus trabajos y se quiere criminalizar el aborto. Las obreras conscientes de la Unión Soviética – quienes más tienen que perder en la contrarrevolución capitalista – deben desempeñar un papel dirigente como lo hicieron sus abuelas y sus bisabuelas en la Revolución Bolchevique.
La juventud, muchos de ellos despertando abruptamente a la vida política en estos días, debe abrirse camino hacia el programa del internacionalismo proletario. Regresar al atraso eslavófilo de Yeltsin y Cía. imposibilitaría el clima intelectual y artístico verdaderamente abierto que tantos jóvenes anhelan. No se equivoquen: ¡la vida para la juventud en Occidente no se parece a un video musical! La realidad para los jóvenes de la clase obrera bajo el capitalismo es una pesadilla de incertidumbre, desempleo y desesperación con la posibilidad muy real de convertirse en carne de cañón en la próxima guerra imperialista. La joven república soviética en los tiempos de Lenin y Trotsky luchó por la emancipación de la mujer, por todo tipo de emancipación social, contra la censura, contra la intromisión del estado en los asuntos privados de las personas.
Los soviets (consejos) de obreros y soldados deben orientarse a derrotar al régimen contrarrevolucionario de Yeltsin y establecer un gobierno basado en la democracia soviética como el que fue establecido por la Revolución de Octubre de 1917. Hoy más que nunca, en este momento de extrema necesidad, la clave para la defensa exitosa del proletariado soviético es forjar un nuevo partido de vanguardia de la clase obrera que sea verdaderamente comunista. ¡Retornar al camino de Lenin y Trotsky!
¡Por el reagrupamiento revolucionario!
Con el colapso evidente y total del estalinismo, existe una necesidad imperiosa de un reagrupamiento entre los numerosos grupos que aspiran a ser comunistas en la periferia de izquierda del PCUS. Muchos de los obreros más inclinados al comunismo han abrigado ilusiones en los elementos "patrióticos" de la burocracia estalinista, que con frecuencia apelaron al chauvinismo granrruso y conciliaron o acogieron a antisemitas, fascistas y zaristas declarados. Pero, por ejemplo, el coronel Viktor Alksnis, líder de Soyuz, denuncia a Gorbachov no por introducir el mercado, sino por introducir la "democracia": "Mi modelo es el mercado primero y la democracia después." A esto se le conoce como la "opción chilena", inspirada en el sangriento golpe de Pinochet, cuyo cacareado (y falso) "milagro económico" fue erigido sobre los cadáveres de decenas de miles de obreros y campesinos izquierdistas.
A fines de julio, activistas de la órbita de los "patriotas" iniciaron una conferencia obrera en la capital que atrajo a más de 500 delegados de 400 de las fábricas más importantes del área de Moscú. Un representante de la Liga Comunista Internacional tomó la palabra en esta reunión:
"En la actualidad los imperialistas y los restauracionistas criollos luchan por desmembrar a la URSS, dividiendo y paralizando al proletariado soviético con el nacionalismo. Esta es su arma más poderosa. Pero el proletariado posee su propia arma – el internacionalismo. ¡Necesitamos forjar un partido que movilice contra toda forma dé discriminación, nacionalismo y antisemitismo!" -Workers Vanguard No. 532, 2 de agosto de 1991
Durante el golpe, el consejo obrero de Moscú que surgió de esta conferencia de julio lanzó un llamado a: "Formar milicias obreras para la preservación de la propiedad socializada, por la preservación del orden social en las calles de nuestras ciudades, por el control de la implementación de las órdenes e instrucciones del Comité Estatal sobre la Situación de Emergencia." No había ni una sola palabra de crítica del GKChP. Un llamado a la formación de milicias obreras para aplastar las manifestaciones contrarrevolucionarias de Yeltsin era más que pertinente. Pero si el Comité de Emergencia se hubiera consolidado en el poder, habría intentado disolver dichas milicias obreras, que de otra manera hubieran escapado rápida e inevitablemente a su control político. Lo último que esos estalinistas degenerados deseaban ver era la movilización independiente de la clase obrera.
Es natural que aquellos izquierdistas con aspiraciones comunistas que abrigaron esperanzas en el ala "patriótica" del Partido Comunista y las fuerzas armadas se encuentren ahora en un estado de traumatismo político. No pueden entender lo sucedido. En realidad no pueden entender qué es lo que ocurre desde que Gorbachov llegó a la cabeza del PCUS en 1985. El caos económico y la miseria de la perestroika, el abandono de Europa Oriental, el apoyo a la destrucción de Irak por los EE.UU. en nombre del "Nuevo Orden Mundial" de Bush – todo esto no es simplemente resultado de una falta de carácter, de corrupción o de estupidez por parte de Gorbachov y sus colaboradores. Son el legado de más de seis décadas de perversión estalinista de la Revolución de Octubre: la usurpación burocrática del poder político obrero, la torpe y arbitraria mala administración de la economía, el chauvinismo granrruso a expensas de las minorías nacionales, la supresión de la libre expresión y la creatividad, la desmovilización política de la clase obrera.
Después del relativo estancamiento de los últimos años de Brejnev, los sectores dominantes de la burocracia del Kremlin se vieron obligados a reconocer a su manera que no puede haber "socialismo en un solo país", que la Unión Soviética debe ser integrada dentro de la economía mundial como parte de una división internacional del trabajo. Puesto que el eje de la perspectiva ideológica estalinista es el rechazo de la revolución socialista en los países capitalistas avanzados, esto se tradujo en la integración dentro del sistema capitalista mundial. La intención de Yeltsin y Gorbachov – quienes comenzaron como típicos jóvenes apparatchiks prometedores en el régimen de Brejnev – de vender la Unión Soviética a Wall Street y a Frankfurt es la culminación lógica de la doctrina estalinista del "socialismo en un solo país". El "socialismo de mercado" neobujarinista de Gorbachov fue la antecámara de la contrarrevolución.
A pesar de la histeria anticomunista desatada hoy en la Unión Soviética, hay un gran número de obreros y hasta algunos cuantos intelectuales que desean defender el socialismo y el comunismo. Es necesario que comprendan que el trotskismo es la expresión auténtica del bolchevismo en la actualidad, que hay que construir un partido trotskista para dirigir la lucha contra la contrarrevolución. El primer paso de Stalin en la consolidación de su régimen, auxiliado por Bujarin, fue purgar y perseguir a la Oposición de Izquierda, y a la larga asesinó a todos los cuadros sobrevivientes de la Vieja Guardia bolchevique, los líderes de Octubre.
Los efectos desastrosos del "socialismo en un solo país" para la revolución mundial y para la URSS pronto se hicieron sentir. Stalin y Bujarin colaboraron con la burocracia sindical socialdemócrata de Gran Bretaña que luego saboteó la Huelga General de 1926. Respaldaron al general nacionalista chino Chiang Kai-shek, quien luego ahogó en sangre la revolución proletaria. Como declaraba la Plataforma de la Oposición de 1927: "La derrota de la revolución en China, tras la derrota de la Huelga General británica, ha inspirado a los imperialistas con la esperanza de que tal vez puedan lograr aplastar a la Unión Soviética." Unos años más tarde, el PC alemán, por órdenes de Stalin, permitió que Hitler llegara al poder sin que nadie se lo impidiera.
Habiendo rechazado el llamado de Trotsky por un frente unido obrero principista para derrotar a los fascistas, conforme la Alemania nazi se convertía en una clara amenaza para la URSS, Stalin llamó por un "frente popular" con los llamados imperialistas "democráticos" de Francia e Inglaterra. En nombre de este "frente popular", los estalinistas sabotearon una situación prerrevolucionaria en Francia y estrangularon a la clase obrera revolucionaria española, preparando el camino para la victoria de Franco. Luego, al decapitar al estado mayor del Ejército Rojo durante las sangrientas purgas de 1936-38 al confiar en su pacto de "no agresión" con Hitler, Stalin fue directamente responsable de las catastróficas pérdidas en las fases iniciales de la Segunda Guerra Mundial.
Más de 20 millones de ciudadanos soviéticos perecieron defendiendo la tierra de Octubre y liberando a toda Europa de la pesadilla del nazismo. Sobre la base de la destrucción del III Reich por el Ejército Rojo, las amenazas subsecuentes a la URSS por el imperialismo norteamericano armado con poderío nuclear hicieron que el Kremlin llevara a cabo transformaciones sociales anticapitalistas, burocráticamente deformadas, en Europa Oriental, como medida defensiva. Pero ahora Europa Oriental está siendo devuelta a los imperialistas.
Los trotskistas hemos defendido a la Unión Soviética
Hoy la Unión Soviética está a punto de ser desmembrada y sus repúblicas convertidas en neocolonias de Washington, Berlín y Tokio. El actual colapso de la burocracia estalinista tiene sus orígenes inmediatos en la renovada ofensiva de Guerra Fría lanzada por el imperialismo norteamericano después de su ignominiosa derrota en Vietnam. En todas las batallas claves de la Segunda Guerra Fría – Afganistán, Polonia, la República Democrática Alemana (RDA) – la Liga Comunista Internacional (LCI, anteriormente la tendencia espartaquista internacional) ha defendido en forma resuelta a la Unión Soviética contra la capitulación de la burocracia del Kremlin.
En Afganistán, donde los estalinistas soviéticos emprendieron una guerra irresoluta contra los reaccionarios islámicos armados por la CIA, abandonándola traidoramente al final, nosotros dijimos" ¡Viva Ejército Rojo en Afganistán!" y llamamos a "¡Extender las conquistas de la Revolución de Octubre a los pueblos afganos!" En Polonia, cuando a finales de 1981 Solidarnosé, bajo la guía de Reagan y el papa Juan Pablo Wojtyla, intentó tomar el poder en nombre de la "democracia burguesa", nosotros proclamamos: "¡Alto a la contrarrevolución de Solidarnosc!" El contragolpe del general Jaruzelski frustró temporalmente la intentona de estos nacionalistas clericales lacayos de Wall Street y Washington. Pero los estalinistas no tenían ni la autoridad moral ni el programa para contrarrestar a la contrarrevolución, y ocho años más tarde el mismo Jaruzelski, con la aprobación de Gorbachov, abdicó el poder político en favor de Walesa y Cía.
Cuando a fines de 1989 cayó el régimen de Honecker en Alemania Oriental y se abrió el Muro de Berlín, la LCI lanzó sus fuerzas a la lucha por la perspectiva de una Alemania roja de consejos obreros. Nosotros iniciamos la convocatoria para la gigantesca manifestación antifascista en el parque Treptow el 3 de enero de 1990, a la que asistieron 250.000 personas para honrar a los soldados soviéticos que murieron liberando a Alemania de los Nazis. Posteriormente, cuando Gorbachov dio la luz verde para el establecimiento del IV Reich del imperialismo germano con la reunificación de Alemania, nuestros camaradas del Partido Obrero Espartaquista de Alemania fueron los únicos que claramente y sin ambigüedades se opusieron a la reunificación capitalista.
Dentro de la Unión Soviética los representantes de la LCI han luchado por una perspectiva revolucionaria internacionalista. Así en un congreso de mineros del carbón en octubre de 1990 en Donetsk, ayudamos a bloquear el esfuerzo de fuerzas de derecha pro Yeltsin – asesoradas por la federación sindical norteamericana "AFL-CIA"– por enlistar a los mineros soviéticos en la caza de brujas anticomunista a escala internacional contra el líder minero británico Arthur Scargill. Los gobernantes imperialistas odian a Scargill porque fue el dirigente de la huelga de los mineros británicos de 1984-85 – que los obreros soviéticos generosamente auxiliaron. Esta importante batalla de clases desmintió el mito interesado de los estalinistas de que los obreros de los países capitalistas avanzados son incapaces de pelear duro en la lucha de clases.
Tratamos urgentemente de llevar el programa del trotskismo al proletariado soviético y a los intelectuales pro-socialistas con nuestro Boletín Espartaquista en ruso, que contiene además de documentos claves de la LCI, la sección sobre la URSS de El Programa de Transición de Trotsky. En meses recientes, analizamos la crisis en proceso de profundización en nuestro artículo "¿A dónde va la Unión Soviética?" (Espartaco No. 2, verano-otoño de 1991), incluyendo un programa de lucha por el verdadero poder de los soviets.
Es urgentemente necesario luchar
Escribiendo en 1935 sobre "El estado obrero, Termidor y bonapartismo", Trotsky señalaba: "El inevitable colapso del bonapartismo estalinista pondría en tela de juicio inmediatamente el carácter de estado obrero de la URSS." Esto ha ocurrido ya. Y añadía: "El destino de la URSS como estado socialista dependerá del régimen político que surja para reemplazar al bonapartismo estalinista." Los imperialistas y sus lacayos como Yeltsin quieren acelerar la consolidación de un estado capitalista. Pero no resultará tan fácil. No se trata de Alemania Oriental, un país compacto y homogéneo del que se adueñó una burguesía alemana preexistente, que simplemente expandió su aparato estatal, destruyó la economía de la RDA y puso a la mitad de la población trabajadora a vivir de la beneficencia pública. Cuando el costo resultó ser mayor de lo esperado, Bonn continuó vertiendo miles de millones de marcos alemanes.
La Unión Soviética, por el contrario, es un país enorme, con más de 100 nacionalidades distintas, un tremendo potencial para el caos y sin nadie que financie una adquisición capitalista. Los EE.UU. podrían tal vez comprar el país por unas cuantas decenas o centenas de miles de millones de dólares, pero la clase dominante norteamericana está tan opuesta ideológicamente a ello como a financiar un sistema de bienestar social o atención médica decentes en los mismos EE.UU. Los yuppies pequeñoburgueses soviéticos creen en un capitalismo utópico, soñando que repentinamente tendrán un nivel de vida como el de los países escandinavos. En realidad, económica y políticamente su futuro bajo el capitalismo se parecerá más a México, o peor, con un empobrecimiento atroz de las masas presidido por un estado autoritario. Las fuerzas que respaldan a Yeltsin aspiran a convertirse en una clase capitalista, pero todavía no lo son. Ni siquiera en Polonia, donde el estado es capitalista de arriba a abajo, ha cuajado aún una clase capitalista porque les falta... capital.
Y existen otros obstáculos: para empezar, la economía soviética está organizada al nivel de la Unión – la salida de algunos de sus componentes principales, particularmente si Ucrania se separa, causaría estragos. Además, muchos obreros soviéticos consideran que el país les pertenece, y poseen una profunda reserva de apego al igualitarismo que tendría que ser desarraigado para poder implantar el capitalismo. Por eso a pesar de que los acontecimientos se suceden a una velocidad vertiginosa, estos factores podrían darle suficiente tiempo al proletariado soviético para que emprenda la lucha antes de que la contrarrevolución se consolide. En ese caso, los revolucionarios deben tratar de intervenir para proveer liderazgo, buscando sobre todo cohesionar un nuevo partido revolucionario de vanguardia, el instrumento necesario para la victoria.